De momento, la gestión del Ministerio de Fomento durante los casi nueve meses que lleva ya la ministra Ana Pastor en el Gobierno se traduce en extraños nombramientos, más propios de la primera Administración de Aznar, de los que reconocidamente se arrepintió después; una inaceptable subida de las tasas aeroportuarias y una nefasta intervención en las decisiones empresariales de Iberia con respecto a su filial Iberia Express, más propia de los viejos tiempos de Aeroflot que de un país en la ruina, pero que pretende ser moderno y miembro importante de la Unión Europea.
Dicen las malas lenguas que Pastor no quería esta cartera, sino otra, y que dejó las riendas de determinadas actuaciones –como los nombramientos– en su conocido entorno catalán. Lo lamentable es que las malas decisiones no se rectifiquen, con un alarde de prepotencia que no es acorde con la humildad que debe corresponder a estos tiempos tenebrosos. Mucha gente pensaba que, con la herencia que el PP recibió, no era grato ser alto cargo, porque con la labor que hay que hacer todos se iban quemar y a mediados de legislatura debería producirse una trascendente remodelación del Gabinete, con gente fresca y eficiente para acometer las políticas de un Estado ya reformado, que no parece llegar nunca.
Lo inexplicable es que la gente se queme no por tomar decisiones duras y antipopulares, pero eficientes de cara al futuro de la nación, sino por actuaciones a todas luces equivocadas, rehenes de unos intereses autonómicos que no se aguantan y de falta de profesionales capaces de hacer un giro de 180o en el camino del limbo al infierno en el que estamos. Quizás Ana Pastor quiere superar a Magdalena Álvarez como la peor ministro de Fomento de la historia, con un agravante: que la socialista se rodeó de una cohorte de fieles y afines y a la popular parece que le gusta lo contrario.
Reiteramos nuestra posición que la subida de tasas aeroportuarias es una aberración inaceptable en un país en el que uno de los pocos activos que tenemos para salvarnos es la industria del turismo, en la que competimos duramente con otros mucho más baratos, que empiezan a resurgir de sus primaveras, como Túnez. Subir las tasas aeroportuarias es matar la gallina de los huevos de oro. Es un suicidio económico innecesario. AENA en este momento tiene que reducir sus costes e intentar elevar sus ingresos por la vía del incremento del tráfico, no por la vía de encarecer las tasas. Que cierren o vendan aeropuertos
Si las cosas siguen así, va a ser deseable una intervención de la Unión Europea, para acometer lo que ni el PSOE ni el PP han debido hacer por un electoralismo bananero, que hoy es una traición a una España que necesita otras cosas. La mezcla de política barata, equivocaciones, falta de miras y desconocimiento de soluciones no resiste y así no vamos a salir del vuelo en picado en el que hace tiempo estamos. Y no falta mucho para estrellarnos.