Por si poco hubiera sufrido el transporte aéreo en Europa en los últimos dos años, la guerra de Ucrania supone un mazazo adicional, que no va a tener menores consecuencias. La lejanía relativa del conflicto de España no evita una gran preocupación por el encarecimiento de los precios del petróleo y la energía, poniendo grandes sombras sobre la recuperación del sector que se esperaba para la próxima primavera, que permitiendo dejar atrás los duros momentos generados por la pandemia.
La crisis afecta de manera importante a los viajes y el turismo. No se trata sólo de seguridad, sino que ese encarecimiento de los precios de los combustibles va a derivar hacia un incremento de las tarifas del transporte aéreo. El alza de los valores económicos del petróleo, que encadenó máximos históricos durante varios días, golpea de lleno a las aerolíneas, lo que provocará una subida de los precios de los desplazamientos, que es nefasta para esa recuperación. El carburante supone un tercio aproximadamente de los gastos del transporte por avión.
La organización de países productores de petróleo, ampliada para incluir a Rusia, no parece que vaya a plantear una tregua y no habrá un aumento de la extracción para dar un respiro al mercado, garantizando la demanda manteniendo los planes de suministro actuales. A esto se añade las sanciones de la Unión Europea y de Estados Unidos contra Rusia, que incluye restricciones a bancos, finanzas, exportaciones, transporte y visados.
Un conflicto bélico genera inestabilidad en la conectividad y dificulta los movimientos de las personas. De manera directa, el espacio aéreo ucraniano está cerrado y la mayor parte de los países occidentales -incluyendo España- han prohibido el sobrevuelo de aeronaves rusas, además de la repercusión de la guerra en los países colindantes con Rusia, Bielorrusia y Ucrania, como Polonia o Hungría.
Estas restricciones han obligado a cancelar decenas de vuelos a destinos europeos desde los aeropuertos moscovitas. Rusia ha respondido con reciprocidad a estas medidas de países europeos. Asimismo, muchas materias primas, como el acero, el aluminio, el níquel y, muy especialmente, mucho del titanio que se utiliza en la fabricación de aeronaves en Occidente, proceden de allí, lo que complica en sobremanera el escenario.
Un símbolo de lo que supone esta guerra para la aviación es la destrucción en el aeropuerto de Hostomel -cerca de Kiev- del único ejemplar existente del avión más grande del mundo y el único de seis motores, el An-225 “Mriya” de Antonov, empleado para el transporte de cargas de gran volumen. Como la inmensa mayoría de aeronaves civiles o militares que sobrevuelan hoy los cielos rusos o ucranianos, el An-225, que voló por primera vez en 1988, fue fruto de un programa militar soviético. Ese fabricante, que ya padecía una situación insostenible antes de la guerra y que lleva muchos años sin vender apenas aviones nuevos, queda ya herido de muerte.