Entre preocupantes noticias de concentraciones sin control ni precaución en lugares de ocio nocturno, reuniones familiares, celebraciones en pueblos, centros de inmigrantes, playas atestadas, etc., etc., en los que no hay distancia suficiente, ni mascarillas, en los que se ha detectado claramente que han sido puntos de rebrote de contagios de COVID-19, según han reflejado todos los medios de comunicación, resulta que no hay ni el más mínimo indicio de que el transporte aéreo haya sido el instrumento de propagación del coronavirus y sería bueno que se supiera y difundiera, porque está claro que las medidas que se han tomado han sido las necesarias e incluso más.
En los aeropuertos y en los aviones no se ven pasajeros sin mascarillas –que incluso algunas aerolíneas reparten gratuitamente a sus clientes-; se dan voces por megafonía continuamente sobre los protocolos que se emplean; se entrega a los usuarios toallitas impregnadas de gel hidroalcohólico e incluso inducen su empleo; muchos transportistas obligan a la facturación del equipaje de mano, para evitar manipulaciones y contactos innecesarios; se intenta que la gente haga todas las gestiones a través de Internet, reduciendo al mínimo la interrelación con el personal de las aerolíneas; y el servicio a bordo es escaso por lo mismo. Los embarques y desembarques se ejecutan manteniendo siempre una distancia, pidiendo que para salir del avión permanezcan sentados hasta que llegue el turno correspondiente.
Las medidas de circulación y filtrado de aire a través de HEPA (High Efficiency Particulate Air) a bordo son intensivas y sofisticadas; las personas que no son pasajeros o empleados tienen prohibido entrar en las terminales, ni para acompañar a sus allegados, ni para esperarles; se han establecido diferentes tipos de impresos para la localización de los pasajeros de un mismo vuelo, obligando a autodeclarar el estado de salud y conminando a decir la verdad; se cerraron salas VIP hasta asegurar su completa salubridad; los portales de Internet de las aerolíneas y de los aeropuertos lanzan continuas alertas sobre lo que hay que hacer, a dónde se puede viajar y con qué medidas de seguridad sanitaria; bastantes negocios aeroportuarios permanecen cerrados; se instalaron en las zonas de llegadas cámaras para detectar la temperatura de los individuos, así como puntos de control para los que llegan del extranjero.
Aunque los sectores del transporte aéreo y del turismo sufren como ninguno las consecuencias de la pandemia, aplican con profesionalidad, firmeza y disciplina las medidas pertinentes para garantizar la seguridad sanitaria de los pasajeros y empleados. Una vez más, el transporte por avión es el más seguro de todos y es imperativo reconocerlo. Y todo ello prácticamente sin ayudas para paliar su dramática situación. Es justo reconocerlo: La aviación comercial ha sabido hacer las cosas y es bueno y recomendable que las autoridades y la opinión pública lo reconozcan, que contribuyan a salvar las reticencias que todavía muchos potenciales usuarios puedan tener. Se necesita para que la recuperación sea lo más rápida y lo menos lesiva posible, pero es que se merece ese reconocimiento. Es justo que sobre las malas noticias económicas en relación a la aviación y la lenta recuperación en el número de viajeros, que se sepa contundentemente que el trasporte aéreo es sanitariamente seguro.