Cerró Quantum Air, la nueva compañía de Antonio Mata, sin que la opinión pública sepa para que se creó, qué hizo y por qué, ni para qué. Tan poco contenido tenía, que ni siquiera hubo noticias en los medios de comunicación sobre pasajeros abandonados a su destino en aeropuertos, pues pocos debían ser. Seguro que salía más barato comprar billetes para ellos en sus competidores, que operar los vuelos por sí mismos. El final se ha reducido a una decena de ecos en los periódicos y más por la fantochada de Mata de que devolvía la aerolínea y los empleados a SAS por un presunto incumplimiento del contrato de compraventa y que la suspensión de actividades era temporal, hasta que los escandinavos le pagaran.
Los nórdicos han insinuado que son ellos (y los otros dos arrendadores de aviones) los que paralizaron la empresa para recuperar los Boeing 717-200 (que Mata iba a sustituir por MD-87, más viejos todavía), porque no pagaba los alquileres mensuales y los trabajadores afirman que no tienen el más mínimo síntoma de que el cierre sea temporal. ¿Por qué este antiguo socio de Air Comet, criticado en todos los ámbitos, se metió en este sarao, si no lo necesitaba y no tenía nada que aportar? Ante la falta de lógica, cabe pensar que tenía algo debajo de la mesa que le ha fallado.
En su corta existencia, de menos de un año, esfumó la ayuda que SAS le dio por quedarse con Aebal, como se llamaba antes; ha estado meses casi paralizada sin volar, salvo algunos saltos “ad hoc”; llegó a un acuerdo con los trabajadores para no pagarles durante un periodo de tiempo (superior al del cierre); lanzó manidas líneas regulares; llevó a escasísimos pasajeros en sus rutas; y como instrumento de ventas puso en marcha tardíamente una “web”, que debería haber estado lista desde el principio.
En los dos últimos años la solvencia del transporte aéreo en España se ha puesto en entredicho ante proveedores y pasajeros por oportunistas que no se sabe que pretenden, pero que, sin duda, hacen daño a la imagen de este negocio tan delicado, aunque, afortunadamente, unas pocas empresas mantienen esa bandera, comenzando, por supuesto, con el baluarte de Iberia. Quedan ya sólo dos pequeñas aerolíneas más que cerrarán, y más pronto que tarde, para que este sector en España se reconstruya con la ola de una recuperación económica que tiene que venir, aunque sea sólo como resultado de la globalización y en el furgón de cola.
Y los accionistas tienen que tomarse este negocio con menos frivolidad y “glamour” y pensar que sin el capítulo de capital resuelto, con una estructura contundente que impida que los márgenes se los coman de entrada los gastos financieros, sin siquiera haber transportado pasajeros, esto no funciona. Y no quiere decir que se necesite un mayor intervencionismo estatal, al contrario, sino unos recursos que permitan devolver a los proveedores la confianza que hoy no tienen. No pueden tener. Que la responsabilidad haga que resurjamos, por favor, porque el mercado lo hará.