Todos los síntomas indican que el transporte aéreo de pasajeros se prepara para reiniciar sus actividades comerciales, para pasar la página de la historia los exhaustos enlaces domésticos que se han mantenido en Europa por motivos de una mínima movilidad, especialmente con las islas. La puesta en marcha será lenta y pesada, pero es previsible que al poco empiece a recuperarse con cierta fluidez en las líneas nacionales, seguidas de las intracomunitarias, en las cuales la asimilación de normas es más homogénea.
Otro capítulo serán los vuelos a otras naciones y, especialmente, los intercontinentales, sometidos a una bilateralidad que exige las autoridades respectivas acuerden cuándo empezar y cómo hacerlo, además que no es lo mismo la aplicabilidad de las normas sanitarias en un enlace de un par de horas a su extrapolación a uno de diez. En cortas y medias distancias no es un problema el que no haya en el reinicio un servicio a bordo, pero en las largas supone de complicaciones, al igual que la higienización de la cabina.
El aspecto más complicado será la distancia de separación de pasajeros en turista, ya que en las clases ejecutivas (cuando menos en Boeing 737 o A320 o más grandes) ese parámetro está casi dado, ya que imponer el asiento central libre convertirá ese vuelo en no rentable, salvo que se puedan subir las tarifas en un 40 o 50 por cierto, lo cual coartaría una demanda ya deprimida por el miedo a contagiarse a bordo. Como dudamos que a los estados les quede mucho dinero para subvencionar esto, quizás se consideren medidas como que no se recaude durante la temporada de transición las tasas de navegación aérea, de aterrizaje y de estacionamiento de aeronaves, además de otras actuaciones fiscales y de gastos de seguridad social.
Lo cierto es que el transporte aéreo es vital para una rápida recuperación económica, que a nadie se le escapa que es urgente para compensar la devastación que sufre la economía por la pandemia. No en vano, además, se van retrasar inversiones que han dejado de ser urgentes en infraestructuras. Por lo demás, nos deberemos de acostumbrar, seguramente, a utilizar mascarillas a bordo, que los tripulantes de cabina de pasajeros se limiten durante una buena temporada exclusivamente a la seguridad y que se expanda todavía más la automatización en el manejo de pasajeros en los aeropuertos, que se traduzca en el mínimo contacto con los empleados, mientras, simultáneamente, se higienizan continuamente instalaciones y aeronaves.
Será habitual que, igual que padecemos un control de seguridad, se implante también otro de temperatura de los viajeros y, ojalá, un test para comprobar el no contagio de pasajeros y empleados y, esperemos que sean fiables y a precios adecuados. Pero lo cierto es que hace un mes todavía no veíamos la salida del túnel y ahora sí. Nos acostumbraremos a todo, como lo hicimos tras los atentados del 11-S. Pero no nos olvidemos la lección vital de cuidar nuestro medio ambiente. El COVID-19 nos fuerza a ello y nos ha dado muchas lecciones. Aprendámoslas.