A veces apetece que el transporte aéreo no sea tan atractivo, ni tenga su popular éxito, ni sus noticias generen tanto impacto en los medios de comunicación. Una vez más fue el objetivo de terroristas, en este caso el aeropuerto internacional de Bruselas, conscientes del impacto en los medios de comunicación y, consecuentemente, en los ciudadanos de todo el mundo. Como ya es casi imposible en los países desarrollados el acceso a una aeronave con el fin de provocar una catástrofe de colosales consecuencias, el impacto se ha canalizado ahora en una terminal de pasajeros. Es la versión moderna de los secuestros de aviones por guerrilleros palestinos, que eran antaño, por lo menos, poco cruentos.
El aeropuerto de Zaventem sirve a la capital de un país en la que viven numerosos islamistas radicales, que ha sido muy criticado por la ineficiencia de sus servicios de seguridad y de inteligencia, con una policía que no trabaja por las noches debido a ridículas e inaceptables regulaciones y que conglomera importantes organismos e instituciones de carácter paneuropeo. No podía proporcionar más propaganda que atacar al transporte aéreo en el corazón de la Europa comunitaria y, pese a múltiples fallos de los actores, que no consiguieron –o no se atrevieron– explotar todos sus artefactos, ese atentado y el del metro de Bruselas se llevaron la vida de 34 personas, de las cuales 14 en la terminal aeronáutica.
Ya estamos acostumbrados a ver fuerzas policiales y de seguridad en esas infraestructuras armadas hasta los dientes y quizás tengamos que sufrir controles para entrar en los edificios o, incluso, la prohibición de entrada de aquellos que no sean pasajeros o empleados, mientras los sufridos perros de detección de explosivos proliferarán. Pero la protección nunca será perfecta, pues es my difícil prevenir y combatir a quien tiene una voluntad suicida y considera un acto de fe inmolarse matando a decenas de inocentes.
Lamentablemente, también escucharemos a representantes políticos que condenan a regañadientes esas acciones e incluso los que las comprenden, por no decir que las apoyan, sin que les haya pasado, les pase, ni, desgraciadamente, les pasará nada, salvo que en un próximo atentado un hijo o su pareja sean víctimas mortales de esa barbarie. No obstante, está cambiando la faz política en el mundo, con un Frente Nacional que crece imparable en Francia o un Donald Trump que se acerca a la Casa Blanca con un discurso radical contra la permisividad hacia los emigrantes y a favor de machacar a todo el que, incluso tenuemente, apoye a las fuentes de los terroristas.
Habida cuenta que a la derecha del PP en España prácticamente no hay nada y que a su izquierda pocos lo aceptan, no va a ser extraño que nazca y medre aquí un partido de extrema derecha que compense a la izquierda radical que se ha alimentado del descontento por la crisis y la corrupción. De momento, nos podemos preparar para, nuevamente, absorber un mayor coste de la seguridad en la aviación comercial, sin que ocurra lo mismo en otros medios de transporte, como el metro y el tren, que también están en la mira de los terroristas.