Volé por primera vez en Norwegian, entre Madrid y Palma
Airline92
Volé por primera vez en Norwegian, entre Madrid y Palma. La verdad es que siempre que había buscado su oferta en vuelos a las islas resultaba más cara que las tradicionales, seguramente porque, por necesidad, me ocupo del transporte con poco tiempo de anticipación. El caso es que en esta ocasión su precio era baratísimo, consecuencia de que el avión no llegaba a un 30 por ciento de ocupación. La verdad es que no me llamó la atención nada en especial, salvo que se trataba de un Boeing 737-800 muy nuevo. La relativa sorpresa es que sus tripulantes de cabina de pasajeros (TCP) no eran jóvenes en absoluto y alguien me aclaró que hay muchos provenientes de la desaparecida Spanair, seguramente contratados por su experiencia. En cualquier caso, me parecieron profesionales y la decepción es que quería probar su afamada “wifi” gratuita en el aire y observar sus bondades. Pues como yo tengo que ser especial en casi todo, ya antes del embarque observé que la aeronave carecía en la parte superior del fuselaje de la joroba que contiene la antena de comunicación por satélite y, como consecuencia, era uno de los pocos aparatos de su flota sin el sistema. Una “tecepé” me aclaró que los aviones los recibían nuevos sin integrarlo y que luego se instalaba en su base principal, algo que me pareció peculiar, pero me figuro que lo tengo que creer. De la capital de España a París/Orly se empeñó Air France-KLM que viajara en su subsidiaria de bajos costes Transavia. Un vuelo digno con una tripulación auxiliar femenina absolutamente alocada, que se reía y se mofaba en plan positivo de todo, pese a la temprana hora del despegue. La comandante era una joven que si existiera el concurso “Miss Airline Captain” lo ganaría arrasando. Opera en la vetusta terminal Sur del aeropuerto francés, que hace muchos años empleaba Iberia, cuando la Oeste, hoy bastante modernizada, se dedicaba a los enlaces domésticos. Se ha quedado anticuada y congestionada, pero cumple su función. De allí partí ese mismo día hacia Barcelona, nuevamente con Transavia, que desembarca en la antigua T2 de El Prat, que no había vuelto a pisar desde que se abrió la moderna T1. Me impresionó bastante, recordando los decenios que fue la única y los directores de la instalación la convirtieron en un auténtico centro comercial, con ramificaciones de las mejores tiendas de moda de la Ciudad Condal. Hoy muchas de ellas permanecen cerradas, lo que genera una cierta desolación, pero el tráfico de las compañías de bajos costes le ha dado una nueva vida, hasta el punto que la idea que tenía de encontrarla bastante desierta se convirtió en lo contrario: era un hervidero. AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea) lo ha sabido hacer muy bien. Hace poco critiqué el “Fast Track” de seguridad de la T1 de Barcelona, por donde creí que pasaban también los pasajeros discapacitados y con niños, creando unas colas mayores que las ya soberbias de los filtros normales. Pues al día siguiente descubrí que me equivoqué y que la fila en la que rehusé engancharme en un viaje anterior, aunque entraba por el mismo lugar, no era la de los pasajeros prioritarios, en la que parece que se ha mantenido su fluidez. Es justo corregir mi apreciación. También estrené, bastante antes de su inauguración oficial, la nueva sala VIP de Iberia en la T4S de Madrid/Barajas, que se ha modernizado radicalmente, creció de tamaño y proporciona diferentes hábitats para la comodidad del pasajero, con un restaurante mayor, una atractiva vinoteca, cómodo mobiliario, agradables duchas, un “catering” reforzado, que incluye “sushi”, etc. La verdad es que es digna de una gran y magnífica aerolínea. Lo que ha mantenido es lo mejor de esa instalación, que es el personal que nos atiende. Hay que felicitar a los que han concebido este espacio y a los que ponen la cara. Air Europa, tan original como siempre: Embarqué el primero con destino a Madrid, después de cuatro pasajeros discapacitados, a los que la gente de AENA que se ocupa de ellos dejó a su suerte en la puerta de avión, con andar costoso, muletas y equipaje de mano. A mitad de la cabina había una “tecepé” conversando animadamente con el que parecía un piloto que viajaba como pasajero y ya estaba a bordo. Los clientes con problemas a duras penas pudieron acomodar sus enseres y su cuerpo, el que iba delante con mi apoyo. Cuando conseguí llegar a la butaca de salida de emergencia, más o menos donde estaban los dos impresentables, le recriminé a la azafata su actitud y aptitud, replicándome ella desairada que a los discapacitados les habían atendido otros, contestándole que yo. Intentó decirme que «si tiene algo que reclamar…»: Le corté diciendo que lo haría por mi cauce habitual. El piloto se sentó en salida de emergencia al otro lado del pasillo, aposentándose con él un individuo que embarcó colándose delante de todos los que estábamos en el “finger”, sin portar ninguna identificación. Quiso el destino que llegaran dos pasajeros de pago que tenían asignados esos lugares y tuvieron que hacer el ridículo de malos enchufados levantándose. El que iba medio mal uniformado después vino a mi vera. El sobrecargo acudió varias veces a preguntarle durante el vuelo delante de mis narices qué quería tomar. La vieja Air Europa rezuma necesidad de un cambio. JAVIER TAIBO
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