Ya sabía que era el mismo avión y tripulación y el sobrecargo a “motu proprio” me preparó una botella de agua en la nevera, porque en el salto anterior le dije que me gustaba muy fría. La conexión en Santiago, donde hay que hacer control de pasaporte y aduana e, igualmente, salir de la terminal internacional para ir a pie en el exterior a la de vuelos domésticos, no fue mucho más cómoda, a lo que no contribuye que esta última está en plena remodelación y hay que recorrer distancias inmensas. Esperé en una pequeña sala VIP, que no era desagradable porque estaba casi vacía.
Y ese mismo día quedaba ir desde la capital chilena a la norteña Iquique, cenar y retornar mis agotados restos a Santiago, aterrizando de madrugada, dormir en mi hotel habitual y volver a Lima. En este último salto le tocó la mala suerte de volar conmigo a una pasajera que seguramente era una tripulante de cabina de pasajeros vestida en chándal y algo sobrada de kilitos. Primero, con la anuencia del personal de tierra, que atendía su conversación, se adelantó a todos poniéndose a la cabecera del embarque, ocupando con su desmesurado equipaje maleteros delanteros y aposentándose poco en la butaca contigua a la mía de la fila uno.
Digo poco, porque mientras abordaban los clientes se levantó varias veces ocupando mi espacio vital para hablar con el sobrecargo, que abdicaba de dar la bienvenida al pasaje para atender la conversación de esta cretina, que se puso insolente con la viajera de la fila dos porque, al parecer, su vástago daba golpes en el respaldo de su asiento. Estuve a punto de hacer lo mismo con ella. La tripulación le prestó especial atención durante el vuelo. En el desembarque, con todo descaro desplazó mi cartera de mano para adelantarse con su nutrido equipaje y salir del avión antes que nos autorizara la tripulación.
En la pasarela de acceso a la aeronave había un empleado de uniforme de tierra de Latam para acompañarla, sin que entienda sus prisas, porque al poco la adelanté yo. Me consta que las encuestas de calidad de esa aerolínea tienen sus efectos, porque en ocasiones me han llamado del departamento correspondiente, y estoy seguro que esa tripulación y el personal de tierra perderán un valioso tiempo dando explicaciones por escrito. No fue mucho más afortunado otra ida a Chile un par de días después, en que llevé una maleta en bodega para dejarla en Santiago, no habiendo conseguido reservar más adelante que en la cuarta y última fila de la clase ejecutiva.
En el mostrador de facturación intenté con una inútil agente adelantar mi asiento, teniendo en cuenta que Latam tiene la mala costumbre de reservar los 1D y 1F de los aviones de fuselaje estrecho para que decida la escala quién los utiliza. Todavía estoy atónito, pues de no buenos modos me dijo que estaba la clase ejecutiva llena y que había sólo dos asientos de centro y ventanilla de turista hacia la mitad del avión. Últimamente me controlo porque no le pregunté si era tonta de nacimiento o se entrenaba. Recibí un correo electrónico de Latam informando que el avión tenía media hora de retraso, que luego fue más.
Se anunció el embarque en la sala VIP y por mensaje, pese a que no se inició hasta otros 30 min. después. En el mostrador correspondiente volví a preguntar la disponibilidad ante una empleada con un extraño tic facial, que entre acción y reacción dejaba trascurrir unos terminables segundos, para al final decirme que el avión estaba lleno. Cuando terminaron de abordar los pasajeros con plaza confirmada, observé que el 1C estaba libre y que iban a empezar a asignar plazas a usuarios en lista de espera y ahí me tuve que imponer con éxito. La maleta tardaría un poco en salir porque la puerta de la bodega no se abría.
Los vuelos en Iberia son generalmente muy buenos, pero insuperable fue un Madrid-Santiago de Chile y una cena especial sorpresa, para evitar que tuviera por tercera vez en el mismo mes saliendo de Madrid el mismo menú. La personalización que logra Iberia con los que considera sus mejores clientes es inigualable en ninguna compañía aérea y es lo que hace sentirle a uno mejor que en su casa. En mi caso es sin lugar a dudas la aerolínea favorita para cruzar el Atlántico. Y cuando hay problemas siempre se preocupan por enderezarlos.
Javier TAIBO
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