En un Santiago-Lima de Latam me enseñó un tripulante como desbloquear el reposabrazos...

Mi página, por Javier Taibo

En un Santiago-Lima de Latam me enseñó un tripulante como desbloquear el reposabrazos para poder levantarlo e ir más cómodo, después de años de pensar que era rígido. A la llegada, además de mi maleta, replegaba un tubo alargado con un expositor desplegable, que tenía que salir por donde los equipajes especiales, según confirmó una amable y simpática empleada del agente de “handling” que utiliza esa aerolínea, pero me dijo que no me moviera, que iba a indicar que me lo trajeran a donde yo estaba… y así fue. 

En mi regreso a Madrid sería una pesadilla, sin que nadie se preocupara de ello y moviéndome continuamente entre la cinta de equipajes normales (por donde salió al final, 20 min. después de la última maleta) y la de especiales, separada a cierta distancia.

El vuelo que me llevó era en uno de los 2 aviones que operó una compañía china antes que Iberia y que se utilizan esencialmente en la ruta a Lima, y no tienen Internet, pero por lo menos ahora Iberia lo avisa anticipadamente y, al parecer, se va instalar de aquí a final de año. Posiblemente lo hagan durante el mantenimiento que ha provocado que parte de los vuelos durante unas pocas semanas los cubra un A330-200 de Wamos. 

Fui de Palma al London City Airport, aeropuerto urbano de Londres muy cómodo para ir a determinadas zonas de la ciudad y que hacía mucho que no empleaba. Me permitió utilizar por primera vez los quioscos automatizados de control de pasaportes del aeropuerto mallorquín, así como la sala VIP de la Terminal A, que desconocía que existía.

La ruta, cubierta con Embraer 190 de British Airways fue muy decente, con un emparedado y bebidas incluidos. Allí se sigue pudiendo utilizar, pese al Brexit, los controles automatizados de pasaportes y elegí un hotel que estaba a siete minutos andando, considerando que al día siguiente despegaba muy temprano desde el mismo lugar.

Me dicen que la pandemia y las videoconferencias han mermado el tráfico de esa instalación, muy orientada a los movimientos de negocios. Está tan encajonada entre canales y edificios que es una maravillosa obra de ingeniería, pero con un espacio muy limitado, lo cual, por ejemplo, impide que haya una sala VIP.

La llegada a Palma fue un poco preocupante, ya que tenía una reunión casi inmediata y la Terminal A era un caudaloso río de cientos de personas hacia el control de pasaportes. Mi colmillo retorcido de viajero frecuente hizo observar que la casi totalidad eran británicos o de países no firmantes del Tratado de Schengen, a los que España no permite acceder a los controles de pasaportes automatizados. Me colé por donde pude hasta que llegué a la zona de esos quioscos, que, efectivamente, estaba vacía.

En una de mis dos únicas idas a Mallorca en agosto tenía que esperar tras mi llegada una hora a que aterrizaran de Barcelona dos personas. La sala VIP (una de las cuatro, por lo menos) del aeropuerto lo tiene ahora bien organizado: mientras pagues o tengas una tarjeta que lo permita, se puede acceder a la llegada, algo que antes era más discrecional y me permitió pasar la espera confortablemente.

Los dos últimos días de mi estadía padecimos una meteorología muy a adversa, hasta el punto que cuando llegamos al aeropuerto la totalidad de los vuelos estaban cancelados o retrasados más de dos horas. 

Yo me avivé y compré un billete de Iberia de plena tarifa (retornable en su totalidad), mientras aparecían discrepancias entre la “App” de Air Europa, la de Aena y las pantallas del aeropuerto sobre los retrasos.

Al final despegué en el vuelo anterior, ya que me otorgaron la única plaza que quedó libre en el embarque, cuando en principio estaba lleno, y aterricé con sólo 45 minutos de retraso con lo que tenía en principio previsto. Debí ser la excepción en aquella caótica jornada. Mi vuelo original llegó con tres horas de retraso y mis invitadas arribaron a la Ciudad Condal con seis. El billete que compré de Iberia lo devolví.

Fui de Madrid a Canarias por primera vez en Binter (primero a Tenerife-Norte y luego a Gran Canaria, desde donde regresé). Lo primero que tengo que decir es que me quedé impresionado por la calidad de sus servicios en tierra (handling), sin duda de los mejores que he visto en mi vida, con personal muy profesional y tremendamente volcado con el servicio al cliente, muy a diferencia de los otros operadores en España, e incluso derrochando simpatía y ganas de resolver las necesidades de los pasajeros, mucho más allá de sus obligaciones.

El interior de los Embraer E195-E2 está muy logrado y especialmente los aseos, cuyo aprovechamiento y ergonomía es admirable, a diferencia de los habituales en los A320 y 737. 

El “catering” fue muy aceptable y está incluido en el precio de todos los billetes (a diferencia de lo que ocurre en la competencia, que es de pago), lo que en la compañía denominan volar “al modo canario”. Incluso en un enlace tan corto en ATR 72-600 como es el Tenerife Norte-Gran Canaria -en el que existe la posibilidad de dejar y recoger el equipaje de mano a pie de avión- ofrecen agua y un “donuts”.

Es destacable también el pasajero canario, que permanece a la llegada sentado incluso con los motores parados, hasta que los tripulantes de cabina de pasajeros comunican que puede comenzar el desembarque.
 


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