De repente, Air Europa decidió que en su clase “extra crew” de los vuelos domésticos el asiento central se ocupaba (obviamente en los 737, ya que en los Embraer 195 no se ha utilizado nunca, pues no existe) sin previo aviso, ni siquiera indicándolo a los ingenuos que compraban una plaza en esa clase ejecutiva, que se comercializa aparentemente cuando no la utilizan los pilotos y azafatas de esa aerolínea y de sus competidoras. O sea, que creen que los viajeros están dispuestos a pagar 300 euros más por viajar igual que en clase turista, a cambio de pasar por el “fast track” de seguridad, ir a una sala VIP (si les da tiempo), tomar un refresco y unas patatas fritas y tener un poco más de espacio entre butacas, rodeados de aviadores y de tripulantes de cabina de pasajeros de la compañía y de otras. O están locos, o piensan que la mayoría de los clientes son tontos.
Estrené entre Gran Canaria y Madrid un A340-300 al que se le ha suprimido la segunda cabina de Business Plus, para dedicarla a clase turista, destinado a los vuelos en los que no hay suficiente demanda de la clase noble, en la que viajaba. La verdad es que es curioso ver la económica tan grande y alargada, pero lo encuentro lógico. Opté por desplazarme de Santiago de Chile al aeropuerto metropolitano de Buenos Aires, el Aeroparque “Jorge Newbery”, en uno de los recientemente estrenados vuelos de LAN a esa instalación, que está a diez minutos en taxi de mi hotel habitual. Craso error, ya que está saturado y tardé en pasar un incómodo control de pasaportes 45 interminables minutos, con lo que hubiera demorado menos en llegar si hubiera volado al lejano internacional de Ezeiza.
Del mismo lugar partiría el viernes siguiente por la tarde hacia Montevideo. Traumatizado por la experiencia anterior, decidí llegar a la terminal dos horas antes: mostradores de facturación casi vacíos y de inmigración para mí solo hicieron que esperara el embarque durante una hora y 35 minutos en una cafetería con rudas sillas de plástico, ya que no hay ninguna sala VIP. A eso hay que añadir diez minutos de espera en el autobús que debía trasladarnos al avión, soportando la conversación telefónica del conductor, que hablaba con alguien sobre la pensión que debía darle o no a su (me figuro) ex mujer.
Era el único cliente de la clase ejecutiva de Aerolíneas Argentinas, con cuatro solemnes butacones por fila y una distancia considerable entre ellas, más propia de los aviones intercontinentales. Por supuesto, como es habitual, la tapa del retrete delantero del Boeing 737 no se mantenía erguida. Tengo curiosidad en saber si los 787 tienen resuelto este problema técnico. El siguiente salto era de Uruguay a Santiago de vuelta, nuevamente en la chilena LAN.
Unos quince días antes recibí en Madrid una llamada desde un número telefónico de Chile de un señor que se identificó como agente de esa compañía, para informarme de un cambio en el vuelo que tenía reservado, si bien me quitó los temores de que estuviera cancelado, pues tenía un viaje con una agenda ajustada con pinzas. Ante mi sorpresa, me dijo que el horario había cambiado, estando previsto que despegara cinco minutos más tarde. Al escuchar esto sinceramente pensé que se trataba de una broma de algún amigo que sabía que iba a hacer ese trayecto. Pues no, era verdad: se molestaron en informarme desde otro Continente que había una ridícula alteración de 300 segundos: alucinante, ¿no?
Por ciento que la sala VIP del aeropuerto “Carrasco” de Montevideo es de las mejores que he disfrutado en decoración, estética, equipamiento y “catering”. Lo que me pareció horrible, fue el control de pasaportes en el aeropuerto “Arturo Merino Benítez” de Santiago de Chile, por la cantidad de viajeros que había. Tampoco es mala la VIP de AENA de la T1 de Barcelona, que utilicé para ir a París en un relativamente destartalado Bombardier CRJ100 de la filial Britair de Air France, aunque, por lo menos, obsequian con café y “croissant”.
De la capital francesa a Palma viajé en la No Extra Crew Class de Air Europa, habitualmente conocida como turista, con un sobrecargo cambiando a pasajeros de sitio -en concreto al de al lado mío- con el avión rodando y haciéndome levantar de esa guisa. Reaccioné tarde, porque tenía que haberme negado a ponerme de pie por seguridad. Si lo llego a hacer a “motu proprio” me hubieran montado una bronca, sin duda justificadamente.
Estas diferentes varas de medir, dependiendo de las circunstancias, se observan también con frecuencia en Vueling, cuyos comandantes llevan entre Madrid y Palma a todo tipo de colegas de una gran variedad de compañías aéreas. He visto varias veces rodar con tripulantes de Iberia -cuya sección sindical de SEPLA es el que impide su crecimiento en Madrid- intentando acomodar equipajes que nunca permitirían a pasajeros de pago por su tamaño, generando una cochambrosa imagen para la compañía de bajos costes. Por cierto, que en algunos vuelos de Vueling he oído cómo evitan dar las voces en cabina tratando a los clientes de tú, que me revienta, haciéndolo de forma neutra, pero no en todos. Ignoro si es a criterio del sobrecargo o porqué.
JAVIER TAIBO