Me acuerdo cuando supe que Carlos Bravo estaba montando en Mallorca Spanair y desde entonces bastante viajé con ellos, tanto en sus primitivos charter entre Madrid y Palma y Canarias, como en los regulares, con los cuales llegué a tener el máximo nivel de su programa de viajeros frecuentes “Plus/Star”. Incluso tuve el honor de hacer el vuelo de entrega desde Seattle a la capital balear del primer Boeing 767-300ER. Allí han trabajado algunos de mis mejores amigas y amigos y muchos excelentes conocidos y siento pena, pero la mala gestión la sentenció hace mucho. También recuerdo que muchas veces cuando me desplazaba con ellos y quería llegar a tiempo a una cena, programaba la salida a primera hora de la tarde, por sus retrasos. Pero fue una buena compañía y lamento que sea ya historia.
Air France era una de mis opciones favoritas para ir al país vecino e incluso a América. En los tramos intercontinentales habituales dejó de serlo cuando quitó la primera clase. Su Affaires no da la talla, con siete butacas por fila en los 777 que no se ponen en posición horizontal, al contrario de lo que ocurre con las seis de los A340 de Iberia. Y he cambiado de opinión sobre sus servicios en Europa después de hacer Madrid-París-Toulouse y regreso. El primero de los segmentos, comprado a la compañía gala con su código, estaba operado por Air Europa, por lo que en turista el “catering” era de pago.
Air France sólo permite elegir asiento a través de su “web” y, al parecer, por iniciar el periplo con la española, impedía procesarlo en todos los tramos, ni sacar las tarjetas de embarque, obligándome a hacerlo en los aeropuertos. El día anterior acompañé a una persona a Barajas, con lo que ilusamente intenté resolverlo en los mostradores de facturación. En Air France me dijeron que fuera a los de Air Europa; allí me atendieron muy bien, pero no lograron otorgarme asiento, ni emitir la tarjeta de la continuación, por lo que regresé a Air France: de malos modos, correspondidos, escupieron que, como estaba en Madrid, no estaba permitido emitir el París-Toulouse, pese a que yo había comprado un billete entre la capital de España y la sureña villa francesa, ni me podían asignar asiento.
Al día siguiente, cuando viajaba, me dirigí al mostrador de ventas de los gabachos y ni caso. Tuve que llegar a Orly e ir a una máquina de autofacturación… que tampoco me emitió la tarjeta si no un boletín indicándome que recogiera el equipaje facturado en Madrid, que no tenía, y lo entregara en un mostrador y así me facilitarían el maldito documento. Para matarlos. En la sala VIP, por llamarla generosamente, una señorita consiguió forzar el sistema para otorgarme un asiento no demasiado malo, en todo caso horrible, para el Toulouse-París del día siguiente, pero no la continuación hacia mi casa.
En “Charles de Gaulle” me volvieron a montar el numerito del equipaje facturado que no llevaba y, por facturación tardía, me tocó la penúltima fila del avión, pero con la suerte que el asiento central estaba libre y en la ventanilla iba una mexicana joven y guapa, a la par que inculta, chabacana, inexperta e idiota. Lo más desagradable es que ahora los vuelos domésticos de Air France llevan butacas incomodísimas de altísima densidad, que no se reclinan y tienen sólo medio reposabrazos, para que los pasajeros puedan entrar y salir mejor. Alucinante: Ni en Ryanair y, además, pagando una tarifa muy alejada de un regalo.
Los privilegios preferentes de la tarjeta Platinum de su programa de viajeros frecuentes FlyingBlue en los vuelos nacionales no existen y hay que embarcar como borregos. La próxima vez irá con ellos Rita la “Cantaora” y en ataúd. A mí no me vuelven a ver el poco pelo. Prefiero Iberia. Qué derrumbe más estrepitoso de calidad y qué inútiles y maleducados los agentes de Air France-KLM en Madrid.
Ahora voy al lado contrario. Si creía que había probado lo mejor en el transporte aéreo, estaba muy equivocado. En los años ochenta y noventa la panacea de calidad y lujo en las clases nobles de compañías aéreas eran las del Sudeste asiático. Ya no es así, con alguna excepción, como Singapore Airlines, mi favorita para ir a América, con el defecto que su única ruta desde España es un Barcelona-São Paulo con derechos de tráfico de Spanair, que espero que le mantengan. El lujo se ha desplazado a Oriente Medio, con muchas posibilidades de conexión al resto de Asia.
Iba a Tailandia y elegí un Madrid-Dubai-Bangkok en la Primera Clase de Emirates. Reconozco que hasta ahora no había volado tan bien: increíble, alucinante, fabuloso y con casi cero defectos. El primer tramo lo hice con 777-300ER y todo fluyó magníficamente: minibar personal y una cestita con caramelos, galletas, chocolates, frutos secos, etc.; programa de entretenimiento muy bueno, controlado por una especie de “tablet” inalámbrica, con el que se manda también electrónicamente la posición del asiento, una cómoda butaca que se despliega como cama habilitando un colchoncito y un soberbio edredón; “catering” de lo mejor que he visto en el aire, incluyendo especialidades españolas; tripulación que demostraba que es un placer servir al cliente en infinidad de idiomas; y unos aseos adornados con flores naturales con todos los elementos que necesita el pasajero, desde maquinillas de afeitar a cepillos de dientes. Seguiré el mes que viene.
JAVIER TAIBO