Para desplazarse de Palma de Mallorca a la mayoría de las ciudades de Europa hay que hacerlo en la mayor parte de los casos –salvo en las rutas habituales de las antiguas charter reconducidas a aerolíneas regulares de bajos costes– a través de Madrid o Barcelona. Como tal lo asumí para volar a París, vía la capital de España, con Air Europa, en clase turista, pues, en un avión como es el moderno y confortable birreactor Embraer 195, no merece la pena comprar su Extra Crew Class, ya que el disponer únicamente de cuatro asientos por fila impide que haya uno central libre y en tramos tan cortos el servicio a bordo no compensa la diferencia de tarifa, como ya he escrito en meses anteriores.
Se produjo la grata coincidencia que ambos tramos estaban cubiertos por el mismo avión, lo cual permite relajar los nervios en el caso que se produzca algún retraso en el primer segmento. En el mostrador de facturación de esta aerolínea en la isla me sorprendí, pues el sistema emitió automáticamente un bono para que entregara a la tripulación del salto internacional y me dieran de comer y de beber gratis, si bien el agente no supo decirme cuál era el motivo.
Como no creo que se lo den por las buenas a todo el mundo, lo cual equivaldría a que el “catering” sería en la práctica gratuito, como antaño, la explicación que deduje consiste en que, siendo yo titular Platino del programa de viajeros frecuentes “FlyingBlue” de Air France y de KLM, al que está adscrito la compañía española, y como la gala y la holandesa no cobran por comer ni beber en sus clases turistas de las rutas intraeuropeas, tienen un acuerdo de estandarización en este campo en los vuelos con códigos compartidos para sus mejores clientes, entre los cuales, para desgracia de ellos, me incluyo. Como coincidía con la hora de cenar, me vino muy bien el bocadillo seco retractilado y el refresco que derramé en el periódico y la mesita, pero, en cualquier caso, es un detalle encomiable y de agradecer.
Un Santiago de Chile-Madrid me permitió disfrutar de una de las mejores tripulaciones de cabina de pasajeros de Iberia que me han padecido. Comenzó con un saludo personalizado de la sobrecargo, que comenzó en diciembre a trabajar en la flota de A340, ya que afirmó conocerme de los usuales vuelos entre Mallorca y la adorada capital de España. Me salió del corazón o, mejor dicho, de mis gélidas venas la respuesta: «Bueno, pues entonces ya sabe lo que hay». La realidad es que fue una línea magnífica, en el que me sentí mimado en detalles personalizados totalmente fuera de lo habitual, con el aditamento que en Business Plus la ocupación era del cincuenta por ciento –redundando en mayor confort–, algo raro en las rutas de la compañía española a Iberoamérica, en las que el avión suele ir a rebosar.
Por fin conseguí estrenar el puesto automático de control de pasaportes de la terminal T4S de Madrid/Barajas. Hay un amable policía nacional para ayudar a los pasajeros a hacer el trámite, que resulta muy moderno, ágil, asimilable, estético, limpio e idóneo para las personas que, como yo, cada vez le gustan menos el trato con los humanos. Todo sensacional, maravilloso, galáctico y tecnológicamente avanzado, pero la especie de cajero automático que pretende leer los documentos me contestó electrónicamente que no comprendía mi pasaporte y que me fuera a un mostrador como el Avecrem, es decir, para hacerlo a mano.
En dos ocasiones en un lapso escaso de tiempo he tenido que ir de Madrid a Mallorca regresando en el mismo avión para recoger cosas que necesitaba. Es gracioso observar la cara de la tripulación cuando me vuelve a ver embarcando. Alguno de ellos seguro que ha pensado que soy un inspector, aunque en ambas oportunidades fui con las manos vacías y volví atiborrado de objetos. En uno de ellos atendió en Business un tripulante de cabina de pasajeros al que daría el premio al mejor de Iberia. Realmente lo considero impresionante. Parece que esta compañía está mejorando sensiblemente su calidad. Ojalá siga así y consigan evitar que sus polizones agoten los periódicos a bordo antes que embarque el pasaje de pago, entre muchas más cosas.
Otra vez coincidí en el asiento de al lado de la fila uno con la presentadora/actriz de programa cómico Patricia Conde, deduciendo por la prensa local que iba a visitar a su nuevo novio mallorquín. Muy amable y natural ella, parece más feliz y desenvuelta que cuando coincidí con ella en un almuerzo con un afamado tenista de la misma isla que ejercía de pareja y que no le pegaba ni con cola (con perdón). La chiquilla duerme muy bien a bordo y se despierta de buen humor.
He descubierto un método para que los controles de seguridad en España sean inmensamente más llevaderos: viajar en cabina con un cachorrito de perro gracioso, precioso y simpático. Normalmente los agentes se acercan a ayudar para jugar y acariciar al bicho (el perro) y lo mantienen ocupado mientras uno se descoloca y ensambla las pertenecías sensibles de aparentar bombas. Por cierto, que el único punto donde siguen haciendo abrir la tapa del maldito ordenador portátil es la T4. Insisto que deben tener información confidencial y sensible de seguridad que en las otras terminales de AENA desconocen.
JAVIER TAIBO