Me pilló en Lima el devastador terremoto de Japón el día que retornaba a Madrid, con amenaza de “tsunami” en El Callao tres o cuatro horas después de la hora programada de despegue, donde se encuentra el aeropuerto al nivel del mar, provocando el cierre de colegios en esa zona, reuniones para aplicar el plan de emergencia en esa infraestructura, etc. Hay quien me ha dicho que porqué no cambio el nombre de mi página a “Los viajes de Gulliver”. Al final no sucedió nada importante, pero más vale prevenir que curar.
Repetí mi proeza de hace treinta años, cuando fui desde Madrid a Santiago de Chile, llegué por la mañana y regresé a España por la noche, sólo que en esta ocasión le tocó el turno a Buenos Aires, siendo yo ya caduco. En el primer caso lo hice en un trirreactor McDonnell Douglas DC-10-30 de Spantax en configuración charter y ahora en la Business Plus de un moderno A340-600 de Iberia. La verdad es que todo fue magnífico, especialmente por la gente de Atención al Cliente y la tripulación, que sabían que aterrizaba en la capital argentina apurado para acudir a una reunión en el centro, a la que me incorporé tarde, porque perdí una hora y media con el tráfico porteño.
Esa tarde me pegué una ducha en el confortable y fenomenalmente bien ubicado Hotel República y lamenté no quedarme, ya que a sus pies actuaría poco después Plácido Domingo, en el típico Obelisco de su principal avenida, la “9 de Julio”. Con lo que no contaba es que en el aeropuerto internacional de Ezeiza habría una cola de unas trescientas personas para pasar el control de seguridad, pues comenzaban cuatro largos días no laborables.
Por azares del destino tuve que hacerlo una maldita vez más: ir a Palma para llevar a uno de mis siete chuchos y retornar en el mismo avión, después de entregarlo en el aeropuerto de Son Sant Joan cual moderno correo del zar. No lo entenderé nunca: viajo en Business, con la franquicia de equipaje que ésta clase tiene, más la que me corresponde de Platino, sin que casi nunca la utilice; entra el peso dentro de lo que puedo portar en mano en la cabina de pasajeros; nadie me tiene que ayudar para ello, ni genero algún gasto, pero me cobran 25 euros por el animal, haciéndome perder un tiempo emitiendo su billete en el mostrador de turno. La primera compañía que no me haga pagar por algo que no me tiene que hacer pagar será mi favorita y usual.
Algo está cambiando, ya que, por primera vez en mi vida, en el Mallorca-Madrid cinco de los seis asientos de la clase ejecutiva estaban ocupados por mujeres… y, además, no eran ni enchufadas, ni “upgrades”, ni de una aerolínea, sino simplemente clientes de esa categoría por sí mismas. De retorno, hacía tránsito hacia Gran Canaria. Por supuesto, el avión de llegada estacionó en un extremo de la terminal y el de salida justo en el opuesto. Lamentablemente, ya estoy acostumbrado a esto, pero no a que para embarcar con destino a Las Palmas usemos una jardinera, ya que el avión estaba en un aparcamiento remoto… justo enfrente de donde estacionó el procedente de Mallorca.
Volando al archipiélago Atlántico, el menú escrito no coincidió con lo servido: ensalada de langostinos y pescado con langostinos. Le pregunté a la sobrecargo si tenía de postre un helado de langostinos. En cualquier caso, comida y tripulación estaban buenas. Sigo sin entender porqué Iberia en el despegue y aterrizaje apaga las luces de lectura y lo mantiene en el rodaje –que puede ser de más de diez minutos– hacia la terminal en la llegada, tras reducir la intensidad de la iluminación de la cabina al mínimo, impidiendo leer o trabajar. No lo hace ninguna otra compañía. Pregunté la razón y lo atribuyeron a seguridad, para facilitar la evacuación en el caso que haya un incidente en tierra en penumbra. Ante mi pregunta de por qué no se hace lo mismo cuando se rueda hacia la pista de despegue, la réplica fue muy natural: “¡Anda, es verdad…!”. A lo mejor alguna clínica oftalmológica tiene un acuerdo al efecto con Iberia Plus.
El “Fast Track” de control de seguridad para los pasajeros de clase ejecutiva y de tarjetas de alto nivel de pasajero frecuente de la T4 de Barajas se caracteriza porque sus agentes son mucho más rigurosos que en los otros puntos de la red de AENA, quizás porque tienen pocos clientes y están aburridos. Espero irónicamente que sea por eso y no por resentimiento social, pero normalmente hinchan a los pasajeros las narices (es una opinión bastante unánime), hasta el punto que cualquier excusa es buena para tomar represalias.
Hace poco quisieron que me quitara el cinturón que ya me había quitado y que extrajera de los enseres de otro pasajero su ordenador portátil. Imagínese mi reacción y disfrute. Se quedará usted corto. No he podido estrenar la nueva de la T2, porque, pese a ir en Business de Air Europa, ser Platino de su programa de viajeros frecuentes y haber pasado por el mostrador de facturación de la compañía de Globalia para preguntar dónde estaba el “Fast Track”, parece que me tenían que dar una autorización que nadie ofreció, ni mencionó. Esto es cómo convertir un buen servicio en uno espantoso.
JAVIER TAIBO