Vuelvo a hablar de barcos, en esta ocasión por el agravio comparativo que representan las navieras comerciales con respecto al transporte aéreo. En los “ferries” entre la Península y Baleares siguen sin escanear los equipajes ni inspeccionar los coches, ni los camiones por seguridad, con lo cual cualquier día algún gracioso hará a bordo fuegos artificiales reivindicativos con olor a piel quemada cuando arribe a un gran puerto nacional, sin necesidad que los autores tengan que inmolarse, si saben nadar, con un efecto propagandístico global como el de las Torres Gemelas. ¿Por qué al transporte aéreo y, consecuentemente, a los pasajeros, le obligan a gastar ingentes cantidades de dinero para dar la imagen de una seguridad artificial contra atentados y en el marítimo y en el terrestre no?
Esto en nuestro sufrido país es especialmente aberrante, pues, como es lamentable recordar, los únicos atentados con muertos entre pasajeros en medios de transporte que hemos sufrido se produjeron en trenes y no en aviones. En el marítimo ya tengo el honor de haber padecido mi primera cancelación, causada por un fuerte temporal en el mar Mediterráneo, entre Denia y Palma de Mallorca, que impedía que zarpara el barquito rápido, que parece que es bastante sensible el pobre. Es cierto que me avisaron por teléfono unas siete horas antes… cuando ya había partido relajadamente por carretera hacia el puerto alicantino con mi vehículo.
Sinceramente, al no estar atosigado, ni presionado, por nada en aquella húmeda jornada, aquello se tradujo en reducir todavía más la velocidad, desplazándome con pleno relax, detenerme alguna vez a degustar un café, almorzar plácidamente y esperar un poco de tiempo en un bar en el paseo marítimo de Denia hasta la hora de embarque en el lento y gigantesco navío al que le preocupaba poco o nada la marejada y supuso para mí una sorpresa por lo moderno, limpio y funcional. Me asignaron como compensación un confortable camarote, en el que las sábanas, afortunadamente, parecían nuevas. La mala mar, que me encanta, al igual que disfruto de las turbulencias en el aire, demoró considerablemente la llegada a Mallorca, previa escala en Ibiza, en una movida pero entretenida travesía nocturna.
En este contexto, el problema radicaba en que tenía que regresar a la capital de España en el primer vuelo de Iberia y cuando atracamos sólo quedaban cuarenta minutos para mi despegue, en medio de una intensa lluvia, ya habitual en las Baleares, que parecen más bien las Islas Gallegas. La buena mano del personal de la aerolínea española permitió que no perdiera el avión. Tengo que reconocer que mis experiencias en Son Sant Joan desde hace cierto tiempo son bastante agradables y positivas, a diferencia de hace años.
Como, obviamente, no dejé ningún coche aparcado en el aeropuerto de Barajas, decidí estrenar el metro de la terminal T4 para ir a mi casa, que es particular, cuando llueve se moja, como las demás. Fue una experiencia muy positiva y, desde que me subí en el moderno tren hasta que alcancé el portal de mi edificio transcurrieron sólo 24 minutos, a un coste astronómicamente inferior al de un taxi y al de estacionar el automóvil unas cuantas horas en la P4, con un automatismo que permite no hablar con nadie, que, en el fondo es lo que me gusta.
Por fin, desde el día 1 de este mes de julio, he dejado de escuchar la escasamente propagandística voz sobre que Iberia era el transportista oficial de la Presidencia española de la Unión Europea…, ¡albricias! Lo malo de esto es que la ya ex Presidencia española de la Unión Europea ahora tiene todo el tiempo para dedicarse a nosotros. Es lo que hay. Y siguiendo con estrenos, utilicé desde el primer día el nuevo acceso exclusivo para los pasajeros de clases nobles y titulares de las tarjetas de élite de los programas de viajeros frecuentes que operan en la T4 y en la T4S, algo que yo particularmente llevaba reclamando desde hace años, para que el majestuoso aeropuerto de la capital de España se equiparara a otros homólogos de todo el mundo, incluyendo de Europa, y sus clientes disfrutaran de algún privilegio adicional en los tiempos que corren.
Es una ventaja que yo particularmente agradezco mucho y que ayudará a estimular el tráfico en las clases ejecutivas. Hice un vuelo muy mediático. Delante de mí, el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, demostrando a la tripulación auxiliar las venturas de su acuerdo con Orbyt para leer el periódico en un soporte informático de vanguardia. O por lo menos eso vendía, que yo, ni lo he probado, ni se me espera para ello. A la derecha, Diego Arjona, colaborador de “El Club del Chiste” de Antena 3. Oyéndolo parecía estar escuchando su programa.
Meses después, Air France-KLM sigue sin devolverme el dinero del vuelo que me canceló por el manido volcán islandés para regresar de América y Lan Chile me debe dos, uno por cancelarme un segmento a Santiago a los dos días del terremoto de finales de febrero y otro del que no me acuerdo por qué, ni me importa. Buen negocio financiero el que tienen algunas compañías aéreas a costa de sus clientes. Y los franceses todavía no me han indemnizado por la pérdida de una maleta en un intercontinental de regreso a Madrid, vía París, en Primera Clase. No quiero ni pensar cómo sería el trato en turista.
JAVIER TAIBO