En el anterior capítulo les contaba mis vicisitudes con TAM para cambiarme a un vuelo de Pluna que operaba con código de ambos, pero ésta sin clase ejecutiva. Como no quería complicarme la vida y pretendía almorzar en un restaurante de Montevideo, para después partir para São Paulo, acepté ir en clase turista a cambio que me llevaran en la fila uno y no cobraran por el equipaje, que es lo que había ofrecido la aerolínea brasileña. Acordamos que todo se regularizaría cuando regresara al aeropuerto. Así no fue.
Con mi barriguita llena, volví al mostrador de TAM para recuperar el equipaje y dirigirme al de Pluna, donde expliqué la operación. Les debí de parecer alto e interesante, pero indicaron que tenía que pagar por una maleta. Vinieron de TAM, analizaron la situación y entraron otras tantas veces en las oficinas para decirme al final que tenía que abonar. Rompí la baraja, exigiendo que me devolvieran la diferencia de tarifa, a lo que me replicaron que, frente lo que aseguraron sus colegas en España, que tenía que hacerlo en la oficina del centro de la ciudad. Opté por anular el billete original y comprar uno nuevo directamente a Pluna, pero, según ellos, tampoco lo podían rembolsar.
Decidí que lo dejaran en blanco para reclamar su devolución en Madrid que todavía estoy esperando (en el caso de American, que mencioné en otra página, no solo se ha producido, sino que un directivo de esa compañía se involucró personalmente para subsanar el fallo, lo cual es encomiable). La aerolínea uruguaya me pareció divertida. A la tarifa del trayecto a São Paulo hay que sumar cada servicio que se requiere, pero ofrecen una especie de “Premium no se qué”, que incluye llevar el equipaje, volar en la primera fila y tener acceso a la sala VIP, que traslada a sus usuarios en una furgoneta pequeña a pie de avión. Lo compré y, con respecto las críticas que he escuchado sobre este transportista, en mi opinión son injustas.
El día de Reyes me trasladaba en el primer vuelo disponible a Palma de Mallorca portando un gran roscón madrileño, típico de esa fecha. El agente que vigilaba el escáner de enseres personales según lo vio me dijo con voz taxativa que no lo podía llevar en cabina. Mi cara debió ser un espectáculo, porque al instante aclaró que era broma. Muy salado el buen hombre y ojalá todos fueran así… y me dejó ver en su pantalla polícroma donde estaba el tradicional regalito que lleva dentro, que se apreciaba perfectamente. La comandanta nos tuvo cuarenta minutos a bordo esperando el camión de “catering” de pago.
A los cuatro días regresé a Barajas en medio de una gran nevada (me han tocado las dos grandes de este invierno llegando al aeropuerto), preciosa, pero que alteró todo. Mi vuelo de Spanair aterrizó, frente a lo que ocurría con otros, como un reloj. Daba pena ver a una gran cantidad de pasajeros esperando algún taxi que nunca aparecía. Lo que no entiendo es por qué no se dirigieron a la estación del tren metropolitano, que cuando menos les hubiera acercado a Madrid, que tenía muchas calles y accesos cortados.
Tuve una experiencia diferente a la anteriormente citada con el agente de seguridad que vigilaba la pantalla del escáner de la T4. Tras pasar la campana de metales tuvo conmigo la siguiente conversación: “Abra la tapa de su ordenador”, respondiendo yo que no. Ese intercambio de palabras se repitió como tres o cuatro veces, elevando él su tono de exigencias, hasta que, aburrido yo, le repliqué que para abrir la tapa de mi ordenador portátil tenía que ir a mi casa y no me apetecía. Le produje un cortocircuito y, encima, el chiquillo reaccionó mal, diciéndome que a él no le importaba el ordenador de mi casa. Se ganó a pulso mi contestación: “Lo mismo que a mí ese ordenador que pretende que abra” que, por supuesto, era de otro pasajero.
Javier Taibo.