La llamada “Fast Lane” del aeropuerto de Palma de Mallorca

 No entiendo porqué la llamada “Fast Lane” que se acaba de implantar en el aeropuerto de Palma de Mallorca ha generado tanta polémica sobre su utilización y pago en la opinión pública local, cuando en realidad es un timo por parte de los gestores del aeropuerto. Hasta hace poco, los pasajeros de clases nobles y clientes privilegiados de las aerolíneas que llegaban a un acuerdo al respecto, así como los titulares de tarjetas de acceso a alguna de las salas VIP, utilizaban el descongestionado y cómodo control de seguridad de los vuelos regionales, situado al lado de una de esas dos salas.

Ahora ya no podemos acceder por ahí de ninguna forma, salvo para volar a Menorca o Ibiza, y han habilitado una línea de acceso sin colas a los controles que utilizaban todos los demás pasajeros, por lo que primero hay que dirigirse a la planta superior, para después bajar al nivel de embarque, eso sí, con obligado paso por una de las grandes tiendas comerciales, que no me cabe la menor duda que es el motor del maldito cambio. Pero no sólo es eso, sino que el “Fast Lane” sitúa al usuario al final en el mismo escáner y campana de detección de objetos que otros los viajeros, con lo cual con mucha probabilidad hay que incorporarse a una cola de siete u ocho personas depositando en bandejas sus enseres.

En lugares civilizados, como Madrid, Barcelona, Londres y la inmensa mayoría, su “Fast Track” incluye un control de seguridad exclusivo para esos pasajeros de élite, lo cual justifica lo que pagan al aeropuerto las aerolíneas, como compensación a lo que sus clientes se gastan en ellas. La situación ha pasado a ser de cómoda y práctica a incómoda y molesta. Un servicio que estaba bien ha pasado a estar mal. No lo entiendo. Si la única razón es doblegarse a las presiones de los concesionarios de tiendas de la terminal, que tengan claro que nunca voy a comprar nada como represalia, además de que sus productos son más caros que en la ciudad.

Un fabuloso vuelo en la First de Singapore entre Barcelona y Sao Paulo me llevó a utilizar por primera vez la nueva terminal del aeropuerto brasileño, que fastidió un poco la magnífica experiencia a bordo (además, tanto a la ida como a la vuelta a España fui solo). No sé quiénes han sido los consultores y autores de la ingeniería de esa obra, pensada en los eventos deportivos que se producirán en esa nación, pero no se han cubierto precisamente de gloria, por la sencilla razón que olvidaron lo que necesitan los pasajeros, que, en una obra recién terminada, tienen que recorrer unas distancias enormes inútilmente, sin la más mínima comodidad, hasta el punto de no ser deseable llevar equipaje de mano.

El control de pasaportes (al igual que en las salidas) está tan mal planteado, como en las viejas terminales, y, si tiene la mala suerte que deciden supervisar su equipaje, el personal que atiende la aduana es tan desagradable como si trataran con el jefe de una favela dedicada al tráfico de drogas (dependiendo de las circunstancias con ese pueden llegar a ser incluso simpáticos y obedientes). Para colmo, si conecta, como yo, con un vuelo doméstico, prepárese para una nueva caminata sin pasillos móviles ni autobuses de tránsito.

En esa gran nación siguen fallando las infraestructuras, los servicios y los precios. Lo que sí han pasado a ser soberbias son la zona comercial y las salas VIP y cuando se viaja al extranjero. He probado la de LATAM y la de la alianza Star y las dos son espaciosas, variadas y muy bien dotadas de todo. La única aerolínea que vuela entre São Paulo /Guarulhos y el metropolitano de Río de Janeiro, “Santos Dumond” (en el que han suprimido la sala VIP, que siempre estaba saturada), es Gol, una compañía de bajos costes al estilo brasileño que ofrece un buen producto.

Como conexión del vuelo de la compañía de Singapur tenía derecho al asiento que deseé, en concreto la primera fila, que tiene una distancia de cerca de 2 m. con respecto al mamparo delantero del 737. La entrega de equipaje fue rapidísima. Para embarcar en “Santos Dumond” a la ciudad paulista en el control de seguridad no me hicieron sacar de la cartera el ordenador portátil, pero de este lugar al extranjero sí. Como no me puedo callar, pregunté el motivo. Contestaron que uno era vuelo doméstico y el otro internacional.

Deduzco que los potenciales terroristas se desplazan en Brasil más para vacaciones que cuando abandonan el país. A bordo del Boeing 787 de Lan una azafata que repartía impresos de inmigración para entrar en Chile (que desde hacía dos semanas ya no se necesitan, lo cual es sorprendente que su principal aerolínea no se haya enterado) me preguntó cuál era mi destino final. Mi respuesta le produjo un cortocircuito durante unos segundos: “La muerte”. Cierto es que al final reaccionó muy bien: “¿Y hoy?”.

JAVIER TAIBO

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