Mayo 2013

De la capital tailandesa fui a Samui y el único vuelo que quedaba esa jornada era de Bangkok Airways, con sólo clase turista en A319. La sorpresa es que la tapicería era la añeja de Iberia y que la mesita del asiento se desarmó, pero la tripulación la califico de muy agradable y la experiencia fue buena. El aeropuerto de la tercera isla del país es el más bonito que he visto nunca, desde las jardineras (abiertas, que se asemejan a los vehículos para desplazarse dentro de lugares como Disney World), hasta las cintas de equipajes, en un lugar paradisiaco sin paredes, para disfrutar del cálido clima. El control de seguridad de vuelos domésticos cuenta con un único escáner y una campana, lo que da idea del volumen de tráfico. La sala VIP de la compañía indonesia ofrecía comidas a la carta y un “buffet” con muchos productos. Alucinante, hasta el punto de pensar que a bordo no darían nada. Pues sí, una comida magnífica caliente en un vuelo de 50 minutos, pero lo mejor es que el A319 en esta ocasión si tenía Business, con doce grandes, modernos y confortables butacones en tres filas y una tripulación sensacional. Hacía tiempo que no disfrutaba de una experiencia tan buena en cortas distancias y la recomiendo vivamente. Para embarcar había una jardinera, del tipo que describí exclusiva para los clientes de Business, al igual que en la llegada a Bangkok, en donde nos aparcaron en remoto y nos llevaron en una “van”. El gran defecto fue el tiempo de entrega de maletas, exageradamente grande.
Volé con Air Europa a Barcelona, en tránsito a la First Class de la magnífica Singapore Airlines. El avión lo estacionaron en una zona remota y en tierra una señorita de la filial de “handling” del mismo grupo español, GroundForce, me informó que en la terminal habría una persona esperándome, como así fue. Una encantadora y eficiente profesional de Swissport, que atiene a la aerolínea asiática, estaba preparada para acompañarme a las instalaciones de la Policía para que me hicieran un nuevo pasaporte durante la escala de dos horas, pues habían detectado que tenía menos de los seis meses de vigencia que exige el país al que iba. Alucinante como servicio: en una compañía europea se habrían limitado a negarme el embarque.
Hacía un par de semanas que tenía uno nuevo y la misma señorita me acompañó a facturar y al “fast track” de seguridad que por fin utiliza ya el transportista de Singapur. En la sala VIP consiguieron que me localizaran personalmente para informar del estado del vuelo, aunque no hacen llamadas de embarque por megafonía. A bordo, como siempre en Singapore, no puedo menos que ensalzar su servicio y comodidades, entre las que se incluyen que siempre que va uno al aseo algún tripulante acude solícito a abrir la puerta. Igual que en las europeas, ¿no?
El retorno decidí, pues sólo llevaba equipaje de mano (soy reacio cuando las maletas facturadas van de una aerolínea a otra y más si no tienen códigos conjuntos ni pertenecen a la misma alianza), opté por primera vez por utilizar los controles de seguridad y pasaportes de pasajeros en tránsito del aeropuerto catalán. El segundo sin problemas, pero el primero, alucinante: en África lo hacen mejor. Unos agentes privados lo tenían cerrado y, como eran sólo dos, actuaban por partes y mal, con una cola para acceder propia de una película de estreno. A veces pienso que somos un país de servicios en quiebra, pero de servicios malos y que no tenemos solución. Va en la sangre, que debe estar coagulada.
Pasé varias veces por São Paulo/Guarulhos y cada vez me quedo más alucinado que un país con la situación y proyección de Brasil siga teniendo esas anacrónicas, viejas, incómodas y saturadas infraestructuras de transporte. Opté por ir a Río de Janeiro con Gol, que ofrecía un enlace directo al mítico aeropuerto de “Santos Dumond”, cuyas instalaciones -en este caso sí- están absolutamente rehabilitadas, y regresar al también urbano de São Paulo/Congonhas. A la ida lo hice en asiento de salida de emergencia y a la vuelta, con un mínimo pago, en otro de las primeras filas con el central libre. Fui como un rey que no le gusta matar animales, ni sabe esquiar, en esa compañía de bajos costes que absorbió a la quebrada Varig.
Volviendo de Canarias en Air Europa (en salida de emergencia) con el avión a tope estaba rodeado de filipinos yendo a su país vía Madrid y Amsterdam, más toscos que un arado, pero adaptados a dormir en la incómoda butaca; y un buen número de españoles con apariencia de jubilados del Inserso, peores que los niños. Uno de ellos se hizo el gracioso gritando y cantando (sin que los filipinos interrumpieran su sueño). Es una pena que no permitan armas a bordo.
Madrid-Palma en la Extra Crew de Air Europa, llena gracias a –mínimo– cinco personas de esa compañía. Yo viajaba en butaca de pasillo de la primera fila y en la ventanilla estaba apoltronado un copiloto, con sus productos esparcidos en la mesita del asiento centrala. La cara de leche con fecha caducada que puse hizo que, tras dudar brevemente, los quitara. Una tripulante se encargó de repartir almohaditas y mantitas entre sus colegas y a los pasajeros de pago ni nos preguntó. Igual que en Singapore…

JAVIER TAIBO


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