LATAM sigue en picado en calidad de sus servicios...

LATAM sigue en picado en calidad de sus servicios, cuando hace bastantes años las ahora fusionadas LAN y TAM eran lo mejor de América. Tiraron por la borda una percepción positiva del ciudadano chileno, que crecientemente ha pasado a ser detractor, que era de sus principales activos. El vuelo Río de Janeiro/Galeao-Santiago de Chile sufrió un retraso de hora y media, que hizo que me quedara en la zona de embarque, ya que encontré a una buena amiga (inopinadamente, para compensar, ni saber porqué, ya embarcados le cambiaron el asiento turista al de al lado mío) y la sala VIP estaba como a doce km., como para no regresar. Las distancias en la nueva terminal de ese aeropuerto son brutalmente incómodas y mal acondicionadas, como si el arquitecto y la empresa de ingeniería hubieran pensado en cualquier cosa, menos en los pasajeros. Tomándolo en un plano positivo, permiten ahorrar en gimnasio, pero con equipaje de mano voluminoso y pesado es inhumano. A bordo LATAM ahora emula a Air Europa, pues no tiene cortina de separación de clase a ejecutiva. No sé para quién es peor: para los pasajeros de ese servicio que pierden exclusividad y privacidad (incluyendo el uso del aseo delantero, del que pasan a disfrutar todos los energúmenos a bordo); o los de turista, que observan un trato diferenciado de comidas y bebidas a los doce mojigatos que van en las tres primeras filas del A320. Me pareció patético y digno de elegir cualquier otra aerolínea. La llegada no fue mejor, pues estacionamos en una posición remota y nos tuvieron a bordo unos quince minutos esperando a que llegaran los autobuses para ir a la terminal. En la capital chilena descubrí que el vuelo de retorno a la ciudad brasileña era con conexión en São Paulo y cambio de avión, de una decente “Premium Business” de un Boeing 787 de la otrora LAN a una mísera clase única de un A320 de la antigua TAM. Lo peor es que, pese a la anunciada fusión finalizada entre ambas, sus sistemas informáticos se entienden mal, hasta el punto que no pude hacer reserva de asiento preferencial (fila uno o salida de emergencia) en el São Paulo-Río y en el aeropuerto de Santiago no lo lograron tampoco, aclarándome que el avión no iba lleno y las filas uno y de emergencia estaban libres. Cuando embarqué, una azafata me preguntó porqué estaba enfadado, con esa dulzura de los chilenos que nos pone enfermos a algunos españoles, y creo que se le quitaron las ganas de plantear la misma cuestión en su vida. Tampoco pude enviar el equipaje directamente al destino final, sino que tenía que recogerlo en Guarulhos, donde acudí al mostrador para reenviarlo, comunicándome que el vuelo estaba lleno y que de la uno o salida de emergencia me olvidara. Por supuesto, la maleta tuvo de prioridad de entrega sólo la etiqueta que lo indicaba. De ahí recorrí otros doce km. hasta la teminal donde partía el vuelo doméstico, en la que, para colmarme de alegría, no había sala VIP. La puerta de embarque la cambiaron cuando ya estaban todas las filas de espera formadas, a otra en donde no había ni una línea señalizada para embarque prioritario y todo esto produjo otro retraso de una hora. A LATAM le sobra la M… o no, pero sólo como abreviatura de una palabra determinada de seis letras. Este debe ser el año de México, pues fui por segunda vez, pero sin cambiar mi visión sobre el servicio de Aeroméxico. De entrada, después de facturar con destino a Madrid, observé que en una sala contigua, en la que nada indicaba que fuera de acceso restringido, estaban desprecintando uno de mis bultos. Entré preocupado y un señor al estilo de película tópica, que sólo le faltaba estar enfundado en un sarape con un sombrero gigante, desierto, un cáctus y un sol de justicia, pero que sí tenía un poblado bigote, tez oscura, malvestido de paisano y cara de vago, me dijo de malas maneras que no podía entrar, mientras un señor con uniforme de agente privado de seguridad abría mi equipaje. Al bigotudo le cayó de todo: le pregunté que dónde señalaba que era de acceso restringido, quién era él y donde estaba su identificación. Le debió de parecer una escena muy complicada y malencarado no respondió y cerró los ojos. El agente me dio toda clase de explicaciones y actuó correctamente. De ahí fui al control de seguridad de los vuelos en tránsito, pues se empeñan que los pasajeros a Madrid tienen que pasar por ahí y no por los normales, que estaban vacíos. El siguiente paso fue la nueva sala VIP de Aeroméxico, igual de poco atractiva que la vieja e igual de llena y mal dotada, por lo que decidí acudir a la antigua, que estaba más cerca de la puerta embarque. El avión era un 787-8, en el que no entiendo porqué no instalan las mismas butacas-cama que en los 787-9, infinitamente mejores, aunque no eran del todo malas. Las películas las había visto ya todas y el servicio fue tirando a malo. No había periódicos, mi asiento estaba sucio y se empeñaban en darme café sin sobrecito de azúcar. Me sigue recordando a la vieja Iberia, que pasó a la historia. Una vez más, la entrega de equipajes no respetó la prioridad en la vetusta terminal 1 de Barajas, a la que creo que hay que dar una buena reconstrucción. Por lo menos nos estacionaron al lado del control de pasaportes, que hizo más suave las penurias. JAVIER TAIBO

Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.