Hice mi primer intercontinental en cinco o seis años con Air Europa en un 787-8

Hice mi primer intercontinental en cinco o seis años con Air Europa en un 787-8. Hacía siglos que no embarcaba en la T1, que es bastante cutre en comparación con la T4, y estaba repleta de pasajeros ya desde el control de seguridad (fue indignante que Aena siguiera manteniendo su cierre a primera hora de la tarde del “fast track” por el bajo tráfico que hubo en los tiempos duros del COVID, que ahora se ha convertido en un pésimo servicio), hasta la sala VIP, (en la que no cabía más gente e incluso ni había vasos limpios durante bastante tiempo, responsabilidad que es también de Aena, pasando por el control de pasaportes y, en general, todas la áreas.

Fui a embarcar, pero regresé a la VIP –que en media hora se vació– por un retraso de una hora y veinte minutos por cambio de neumático. El vuelo transcurrió agradablemente. De Santa Cruz de la Sierra a Lima elegí Boliviana de Aviación, cuyo portal en Internet no pasa nada si lo cierran. No pude hacer nada a través de él: ni comprar, ni reservar asiento y sólo en el último momento me permitió facturar. Lo adquirí a través de “eDreams”, que no le recomiendo a nadie que lo utilice. Nunca pude a través de ellos hacer nada más: no logré la reserva de asiento, ni sabía si tenía una maleta incluida en bodega o no, acepté –con un mes de prueba gratuito– su servicio “exclusivo” (que denominan “Prime”, me figuro que por primo); en su teléfono también definido como “exclusivo” hay que salvar un montón de acciones mal automatizadas para acceder a operadores, que son absolutamente inútiles y faltan a la verdad. 

Me di de baja a las dos semanas, pese a lo cual continúan enviándome ofertas engañosas. Al llegar a Santa Cruz me acerqué al mostrador de facturación de la estatal Boliviana y verifiqué que mi reserva existía, confirmé el asiento que quería y verifiqué que tenía una maleta incluida. Dos días después facturé con ellos, pasé los controles de seguridad, antidrogas y de pasaportes y me fui a la limitada y limitante sala VIP. La tripulación, vestida en plan “vintage”, pero para ellos me figuro que de manera muy moderna, era absolutamente mediocre y el servicio a bordo no se si calificarlo como tal. Llegamos con media hora de retraso, por lo cual perdí la cena que tenía en Lima.

En el retorno a Europa desde Santa Cruz, uno de mis bultos consistía en tres cilindros de desplegables de propaganda, unidos por cinta adhesiva resistente. El agente de “handling” de Air Europa se empeñó en que había que separarlos y que eran tres bultos. Con mi simpatía natural, entendieron que les iba a costar tocarme los órganos sexuales, aunque lo excusaron porque no lo aceptaba así el control antidrogas boliviano. Les contesté que si querían separarlo que lo hicieran, pero a efectos míos era un solo bulto. Al cabo de un rato vino una persona para decirme que lo podía llevar tal como estaba.

Traspasé los tres controles y fui a la patética sala VIP, esperando para embarcar de los últimos. Cuando procedí, un individuo con uniforme militar me acompañó junto a otros siete pasajeros (incluyendo una señora mayor en silla de ruedas y una joven con su hijo pequeño) y nos retuvieron en fila india en la pasarela de acceso al 787, ordenándonos permanecer en uno de los laterales y enfrente nuestro equipaje de mano respectivo. Otro maleducado uniformado gritaba a alguno de los sospechosos de llevar droga conminando a que no utilizara el teléfono móvil.

Un perro pastor belga “Malinois”, del que era el guía, pasó raudamente a oler nuestros enseres. Yo estaba el primero y me dio la impresión que se entretuvo un poco porque olfateaba a perro. El cuarto era una bolsa en la que el can se puso muy nervioso, hasta el punto que el militaroide le empezó a pegar sin miramientos y yo le dije (ante su estupor, pues no debe estar acostumbrado a que se le enfrenten) que, si no sabía entrenarlo, el animal no tenía la culpa y que no toleraba su actitud. Le debió sorprender tanto que se limitó (por supuesto sin dar las gracias) a retener a la joven con su hijo, que era la propietaria del equipaje de mano que alteró al can y a decirnos a los demás que embarcáramos.

El vuelo fue normal, con un “catering” decente en “business” y un pasajero empalagoso al lado que pretendía ser muy educado y agradable y me resultó repelente; un anciano al otro lado del pasillo insoportable, abusando de una situación relativa de dependencia y pasajeros sin mascarillas durante todo el vuelo, por lo que tuve que protestar a la tripulación varias veces, pues incumplían la normativa vigente. Hacía muchísimos años que no llegaba a la terminal 1 de Madrid/Barajas, que parece de tercera categoría en comparación con la T4. 

Anticuada e incómoda, algo tendrían que hacer para modernizarla. Era la primera vez desde que empezó la pandemia que no necesité rellenar el formulario de sanidad y enseñar el QR a la llegada. Fui a Palma en Air Europa, ocupando el asiento de al lado el consejero delegado del importante y mediático grupo hotelero Meliá. Fue como el mundo al revés, pues nadie le hizo caso y la tripulación estaba bastante pendiente de mí. Me figuro que, pese a ser yo un don nadie, se debió de quedar intrigado de a quién correspondía mi más que humilde persona.

Javier TAIBO
 


Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.