Lo que debo de revisar son mis procesos mentales, pues por horario a la ida fui con Air Europa y el retorno con Iberia, lo cual aparenta no tener ningún problema al comprarlo, hasta que un bien acreditado subnormal, como yo, se percata que salía de la T2 y regresaría a la T4. Opté por madrugar todavía más y dejar el vehículo en el aparcamiento P4 e ir en el autobús gratuito que enlaza las alejadas terminales.
Lo que no entiendo por qué cambiaron la sala VIP de Los Rodeos, que estaba bien situada, con excelentes vistas y era acogedora, a donde está ahora, que parece una zona de espera de un consultorio de hospital privado, si bien es cierto que se puede dar uno por razonablemente bien comido o cenado.
El vuelo de vuelta con Iberia Express, compañía con la que me he reconciliado desde que reconocen mi estatus de viajero frecuente de su matriz y me miman muy bien, hasta el punto que la atractiva pasajera que llevaba al lado en la fila uno no pudo resistirse a preguntarme por qué la tripulación me trataba tan personalizadamente, pensando -me imagino- que debía ser un político, actor, cantante o deportista famoso. Mi respuesta le debió impactar, porque no volvió a preguntar nada: “Porque les debo dar pena, señora”.
De Madrid a Palma, también en la fila uno, tocó otra atractiva mujer, con la que me gustaría volar siempre, aunque iba en su ordenador portátil trabajando con fotos de cirugía dental. Otra pasajera justo detrás de mí estaba viendo algo en su teléfono móvil con el sonido desagradablemente audible. Nos miramos, pusimos gesto de complicidad y ella de forma contundentemente amable se volvió hacia la susodicha conminándola cual ‘rottweiler’ a que utilizara auriculares. Volvió a mirarme, pusimos otra cara de mutua satisfacción y no se volvió a oír nada atrás.
Para el desayuno, nos volvimos a mirar sin hablar y pedimos lo mismo. Y cuando estábamos en la aproximación, la sobrecargo se quedó colgada cuando dijo “la temperatura en Palma es de…”, porque claramente no tenía la información y se volvieron a cruzar nuestras miradas y sonreímos sardónicamente. Cuando llegamos, sin preguntarle nada bajé su equipaje de mano del maletero y tuvimos el primer intercambio verbal. Le dije: “Quiero volar siempre con Vd.”. Ella respondió: “Yo también”. Valoro mucho las personas que hablan poco y reflejan mucho.
Eso sí, la tripulación estaba más preocupada de atender a sus colegas que iban de pasajeros que de los que pagamos por ello. Para regresar dejé un vehículo en el aparcamiento del aeropuerto de Palma, pues tenía planificado volver a los tres días. Como una muestra más que confirma lo que opina mucha gente de que soy retrasado mental, cuando volví encontré el coche sin batería, claramente porque dejé las luces encendidas y no hice ni maldito caso a la alarma sonora que tuvo que saltar. Pero un empleado de la caja del concesionario del estacionamiento, cuando pasé a preguntar cómo podía resolverlo, antes de ir en taxi a la ciudad, me dio la agradable sorpresa que tenían un arrancador. Me acompañó y a los 10 minutos estaba camino de la ciudad, cargando batería, tras un magnífico servicio gratuito.
He superado la pandemia. En 2022 hice el mismo número de vuelos que en 2016 y 2022, pero sensiblemente menos que de 2017 a 2019 y muchos más que en 2020. Pero en horas de vuelo fueron muchas más que las registradas en 2019, 2020 y 2021, siendo similares a las de 2018. Es decir, últimamente me he subido menos a los aviones pero los viajes han sido bastante más largos, No es para menos, pues entre el 1 de noviembre y el 22 de diciembre de 2022 hice cuatro viajes a América, lo cual es demasiado.
Tanto es así, que a finales de enero iba a ir a Argentina, Chile y Bolivia. Por primera vez en mi vida valoré si era realmente necesario que viajara y consideré que no y anulé billetes y hoteles, quedándome en España. De hecho, no volveré hacer un periplo intercontinental hasta mediados de marzo, lo cual me produce mucha satisfacción. Los desplazamientos cortos, que si los he mantenido, para mí no son ni siquiera viajes. Es como ir por las mañanas a una oficina.
El chaparrón económico que padece el mundo se empieza a notar en los bolsillos, lo cual era sorprendente que no se reflejara potentemente hasta ahora, y los precios de los billetes de avión y de hotel, que estaban disparados, se empiezan a derrumbar ante la caída del consumo y la necesidad de captar clientes que llenen los aviones y ocupen las camas. Y me temo que va a seguir siendo así, pese al gran incremento de los costes, que también se percibe palpablemente.