Después tenía una reunión en un “lounge” de mi hotel, en donde estaba un televisor entendido con las noticias. Con mis 15.000 horas de vuelo, en las que me ha ocurrido de todo, me quedé atónito al ver lo que no había prestado atención antes: un A320neo de Latam impactando a elevada velocidad contra un vehículo aeroportuario de bomberos. Me quedé sin palabras y alarmado porque se anunciaba el cierre del aeropuerto de Lima cuando menos hasta la madrugada, que luego se prolongaría durante más de un día y medio y la cancelación de todos los vuelos durante esa situación.
Camino de un cóctel al final de la tarde, llamé a Air Europa para arreglar la situación de una persona que estaba conmigo y regresaba a Madrid al día siguiente por la mañana. La primera respuesta es que estaba el vuelo cancelado y existía las opciones de que devolvieran el dinero, que emitieran un bono o que tenía plazas siete días más tarde. Al decir que viajaba en “Business” y era “Platino” de su programa de viajeros frecuentes, me pidió el localizador de la reserva y ahí vio que habían cambiado la plaza para un vuelo 48 horas más tarde, lo cual dentro del desastre era aceptable.
En mi caso, yo hacía Lima-Santiago-Lima, donde tenía un almuerzo y regresaba a Madrid aquella misma tarde, cuatro días después del dramático siniestro, en el que es un milagro que no se mataran todos y no sólo los dos ocupantes del vehículo de extinción de incendios. Si resolver situaciones con el ‘call center’ de Latam es misión imposible normalmente, en esta ocasión -en la cual esa aerolínea se vio obligada a cancelar unos 300 vuelos- ni se me ocurrió llamar. Recibí un correo electrónico indicando que mi vuelo del 19 de noviembre estaba cancelado y ofreciéndome sin gastos la devolución del importe o cambiarlo a otro momento.
La aplicación de la “App” de Latam para estos cambios tengo que reconocer que funcionaba muy bien y decidí irme a Santiago el domingo temprano, para llegar a Santiago a un almuerzo. Por la tarde (continuaba prolongándose el cierre del aeropuerto limeño) recibí otro correo de la aerolínea informándome que el vuelo que había aceptado se retrasaba cuatro horas, circunstancia que también asumí con resignación, aunque ante cada evento me quedaba pensando si era mejor regresar a Madrid. Existió también la negociación de ampliar nuestra estadía en el mismo hotel, que no ofreció problemas, sino todo lo contrario, pero otros colegas tuvieron serias y onerosas dificultades en sus respectivos establecimientos.
En fin: domingo, treinta minutos antes de que me pasaran a recoger para ir al aeropuerto, recibí un E-mail de Iberia informándome que mi vuelo a España de ese día embarcaría a las 13:40. Entré en la reserva e inexplicablemente alguien había adelantado mi Lima-Madrid del martes al domingo, sin contar conmigo ni informarme y cuando las plazas en esa ruta eran codiciadas por el cierre del aeropuerto. Me puse a llamar desesperadamente a Madrid. Cuando lo conseguí, me dijeron que no entendían qué había pasado y que seguramente era un error de un robot informático, lo cual ratifica que a mí siempre me tiene que acontecer de todo, mucho más que lo normal.
Aunque el martes, por supuesto, ya estaba hasta la bandera mi vuelo original, Iberia me dijo que lo solucionaría, pero yo ofrecí no regresar a Lima, que utilizaran mi plaza y volver directamente desde Santiago a Madrid, como así fue. Cuando llegué a la terminal de “Jorge Chavez”, poco después de su reapertura, el exterior aparentaba normalidad, pero el interior era un hormiguero de gente desesperada. Fui a la cueva que tiene Latam para sus pasajeros preferenciales, que si con una decena de clientes esta ya saturada, ahora había una cola de unos cuantos metros para acceder. Afortunadamente, una agente intentaba organizar el caos, dando prioridad a los pasajeros de los vuelos que se estaban cerrando y a los de clase ejecutiva y del máximo nivel de su programa de viajeros frecuentes.
Para pasar el control de seguridad encontré como trescientos millones de personas, pero me beneficié del filtro de pasajeros especiales, que incluye a los mayores de sesenta años, al igual que en el de pasaportes, trámite que finalicé observando que mi vuelo estaba ya embarcando. Entré de los últimos y, una vez en mi butaca, oí esa sugestiva voz: «Buenos días señores pasajeros, les habla su capitán. Tenemos una avería en uno de los sistemas de aire acondicionado, que estamos tratando de solventar y estimamos que tardaremos una hora». Llegué a Chile besando el suelo de la terminal. Que las autoridades peruanas se aclaren porqué unas veces no me dejan ingresar al país y otras no permiten que salga…
Javier TAIBO