Fue emocionante estar en el primer vuelo intercontinental mundial del Airbus A321XLR, de la mano Iberia...

Avión A321XLR de Iberia durante el despegue. Foto: Iberia
Avión A321XLR de Iberia durante el despegue. Foto: Iberia
Fue emocionante estar en el primer vuelo intercontinental mundial del Airbus A321XLR, de la mano Iberia, que además supuso una experiencia como pasajero inigualable. La cabina de “Business Class”, con 14 butacas, 2 por fila (todas con acceso al pasillo y con ventanillas), da una impresión como la de volar en un avión ejecutivo, con unas butacas que se convierten en unas confortables camas, que son como una generación más avanzada que las que llevan instalados los aviones de fuselaje ancho de la compañía española, con más espacio, unos habitáculos para depositar objetos más que suficientes, una gran pantalla de un buen sistema de entretenimiento plegable, magnífica conectividad a Internet, el habitual excelente “catering” saliendo de Madrid y una tripulación sobresaliente.

El aseo es sobresaliente y la iluminación de todas las áreas muy estimulante. No debemos quedar muchos pasajeros que hayamos volado antaño intercontinentales en aviones de fuselaje estrecho como éste, pero de generaciones ya de museo, en mi caso en Boeing 707, McDonnell Douglas DC-8 y Convair CV990 “Coronado”, faltándome sólo el Vickers VC-10 y el Ilyoushin Il-62. Pero la experiencia está a años luz. Me di un paseo por la cabina de turista y yo creo que para sus usuarios debe ser mucho más confortable, por la menor masificación que suponen los aviones de fuselaje ancho.

Dan ganas de repetir e Iberia se merece mucho más que un aplauso por este magnífico producto, que permite llegar a destinos no muy lejanos cuando la demanda no es tan alta como para los “wide-body”. En Boston, el control de pasaportes estaba afortunadamente vacío y el trámite fue leve y amigable. La terminal de Boston/Logan es muy estadounidense, simple y cutre. Para ir a la ciudad, la organización de la localización y estacionamiento del vehículo de las empresas con conductores (no taxi) es para que la copiemos en los aeropuertos españoles. Para irme, la sala VIP “Admirals Club” de American Airlines está a tono con ella y parece más bien un “snack bar” de la ciudad. Entre lo que consumí de desayuno estaba un “muffin” con sabor a pegamento.

Volé a Miami en su definida First Class de un Boeing 737-800, en realidad una ejecutiva con cuatro butacones por fila, en lugar de los 6 de turista. El sobrecargo recibía al pasaje mascando chicle y con las manos en los bolsillos y en el aire estaba más dedicado a conversar con uno de sus sicarios que de preocuparse por el pasaje. Salvo el desayuno, que elegí por Internet, no estuvimos nada atendidos. Me tocó al lado, en la primera fila, un joven español y no fue la única coincidencia: descubrí que era el hijo de la pareja de un ex colega, ya jubilado. El mundo es un pañuelo. Pese a ir en “First”, la conexión a bordo a Internet era de pago. Hacía siglos que no estaba en Miami y la terminal más internacional diría que está intocada.

Pese a que mi tarjeta de embarque del vuelo de regreso de Iberia rezaba que tenía derecho a emplear un “Fast Track”, no existe y el control de seguridad es incómodo, con pocos escáneres y bastantes pasajeros. La sala VIP de American Airlines -en realidad hay 2 y yo tenía derecho a la mejor, la “Flagship”, que estaba con muchos pasajeros, pese a ser grande- está lejana al tren que lleva al satélite donde embarca la compañía española, que es el mismo de antaño. Por congestión en el aeropuerto, salimos con retraso.

Estoy tan viajado que no mucho después de despegar sufrimos un fuerte meneo, que identifiqué como motivado por la estela de otra aeronave: Así fue, de otro A350 de una aerolínea de Oriente Medio. Llegamos tarde a Madrid y dos energúmenos que tenían un vuelo de conexión se adelantaron en el desembarque, saliendo por la puerta antes que el sobrecargo lo autorizara. Yo me dirigí al tren para ir al edificio principal, tras pasar el control de pasaportes, con mi paso ligero y, pese a que ellos corrían, llegué al mismo tiempo a la estación. Es decir, unos imbéciles que espero que perdieran su vuelo.

Después de volar en el A321XLR produce decepción, a los cuatro días, hacerlo en uno de los 2 A350-900 de Iberia que anteriormente operó una aerolínea china y en los que se mantiene su configuración, aceptable, pero distinta a los otros aviones de su flota y que carecen de conexión a Internet para sus pasajeros. Pero está muy compensado por la repostería del fabuloso ‘catering’, Do&Co, que utiliza en Madrid, y un impresionante flan, que ya pude degustar en mi anterior vuelo a Boston.

El aparcamiento Avip de Barajas debería forzar a Aena a que les pusieran carritos para llevar las maletas, o poner un servicio para traerlos, que para eso es un concesionario del aeropuerto, y no tener que buscarnos la vida para encontrar uno. Lo que es una delicia son los nuevos escáneres del control de seguridad “Fast Track” de Madrid, que no requieren que se extraiga del equipaje de mano los ordenadores portátiles ni los líquidos, Si bien se tarda algo más en inspeccionar los interiores, hay más filtros y es muy fluido. En el control de pasaportes se da una pésima imagen el poco mantenimiento de los quioscos automatizados, unos cuantos de ellos sin las carcasas que permiten que el sistema visualice mejor los documentos.

Javier TAIBO


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