De Munich a Madrid me sorprendió que Iberia haya cambiado la sala VIP que siempre utilizó por la de su acérrima competidora de otro país europeo, Air France. Pero lo mejor es que el vuelo para regresar a España fue en un Airbus A319 de los configurados para operar a lugares como Tel Aviv, es decir, con auténticos butacones de clase ejecutiva, cuatro por fila. Qué delicioso y cómodo era, disfrutando por una magnífica sobrecargo, que se desvivía por ofrecer un estupendo trato a los pasajeros. Podían poner esos asientos y a la tripulante en todas las líneas.
En París/Orly, la tarjeta de embarque de Air Europa nunca la descifra el lector de códigos para pasar el control de seguridad por el acceso rápido. Siempre tiene que abrirlo un agente. Me sigue reventando que volando en clase ejecutiva y siendo el máximo nivel de pasajero frecuente de esa empresa en cuestión, que me hagan pagar 25 euros más por llevar un animalito en cabina, por el que la aerolínea no hace nada y, además, he de firmar un pliego de descargo por si le ocurre algo. No tiene ningún sentido ni lógica y directamente lo califico de robo, pues forma parte de mi equipaje de mano y se somete a las medidas al respecto. La primera compañía que elimine esto me tendrá de cliente y las que no mi repudio.
Mostradores de facturación de Aerolíneas Argentinas en el aeropuerto de Montevideo, con una pelagatos controlando el acceso y que me figuro que debe ser la querida de alguien, porque no tiene otra explicación su poder. Yo había facturado por la mañana, cuando llegué con mi equipaje de mano, y acompañaba a un colega que no lo había hecho así. La susodicha me dijo que tenía que pesar en un mostrador mi “trolley”, de medidas aceptables a lo que le contesté que yo ya tenía mi tarjeta de embarque. No le debió de gustar mi respuesta y me insistió. Le reiteré que iba en Business y que ya tenía mi tarjeta de embarque.
La muy estúpida fue a hablar con un supervisor, que acudió para decirme que tenía que pesar mi equipaje de mano. Le insistí que iba en Business, que era titular Platino de su programa de viajeros frecuentes, que iba en tránsito en Buenos Aires hacia Santiago de Chile y que siempre la llevaba en cabina. Mucha ascencencia debía tener la pelagatos sobre ese supervisor de medio pelo, que me conminó a pesarlo y a llevarlo en bodega. A partir de ahí empecé a ser yo y mis circunstancias. Me pidió que no le hablara como lo estaba haciendo, rehuyó todo tipo de preguntas sobre seguridad y procedimientos que le formulé y empezó a arrepentirse de haber hecho caso a su proyecto de empleada o amiga, eso sí, cuando mi equipaje ya lo había despachado.
El embarque lo ejecutó él y comencé a protestarle por no pedir la documentación de los pasajeros, atendiendo a la categorización de la OACI (Organización de la Aviación Civil Internacional) de ese aeropuerto, hasta el punto que tuvo que empezar a hacerlo, porque si no yo me negaba a embarcar, y terminó preguntándome que porque le trataba así, a lo que le di la debida respuesta. En Buenos Aires recogí mi maleta y la embarqué en cabina en la misma aerolínea con destino a la capital chilena, sin que nadie me pusiera cortapisas, eso sí, después de sustos de retrasos y cancelaciones por una huelga del personal de limpieza.
A bordo, al estilo del Gobierno del país: una tripulación malísima impidió cambiarme a la fila 1, porque, según ellos, no sabían si estaba todo el pasaje, para al poco traer de turista a una señora y su hijo y ubicarles allí. En esta antipática compañía se impide acceder a la sala VIP del aeropuerto de Santiago, cuando se ha obtenido la tarjeta de embarque por Internet, ya que parece que hay que pedir un cupón en el mostrador de facturación. Sin comentarios.
Muy desesperada tiene que estar la alianza Skyteam para tenerla en su seno, cuando no cumple los más mínimos estándares de calidad. Su socio español, Air Europa, sigue con sus cositas. Madrid-Palma, para variar: A un enchufado, todavía en tierra, sentado en salida de emergencia le ofrecieron de todo y le arroparon con una manta, antes de insistirle, con su resistencia, que pasara a Business, a lo cual finalmente aceptó. A mí, situado al otro lado pasillo, me abroncaron por tener periódicos en la butaca en salida de emergencia. Le hice notar al tripulante las dos situaciones y, como casi siempre, no supo reaccionar, salvo por el habitual “yo no fui”.
Qué se va a esperar de una aerolínea en la que la hija del dueño en otro vuelo, delante de todo el pasaje, fue a la cabina de turista a decirle a un amiguete que pasara a Business. Con ese ejemplo de desprecio hacia sus clientes, cualquier cosa puede pasar entre sus empleados. Si fuera Korean Air le habrían dimitido. En un Madrid-Las Palmas en la misma compañía a las 7 de la mañana, en el que yo llevaba dos jornadas durmiendo un promedio de tres horas, los hijos de un alemán que hablaba español me despertaron dos veces para ver al impresentable de su padre, que estaba en el asiento de ventanilla, sin pedir ninguno siquiera disculpas. No sé si las miradas matan, pero no lo volvieron a repetir.
JAVIER TAIBO