Huelga de controladores en Francia: una hora de retraso en mi vuelo de Toulouse a Madrid y en el panel de indicación del aeropuerto permanentemente rezaba que era la última llamada desde el principio, con la estúpida excusa que el sistema es automático. En España casi hubiéramos montado una revolución. Menos mal que estaba en la sala VIP y una amable señorita a la que yo le parecí encantador (juro que no era ni ciega, ni sorda) se comprometió con avisarme cuando realmente comenzara el embarque.
En los vuelos entre dos países iberoamericanos, Aerolíneas Argentinas ofrece en sus Boeing 737 un butacón de clase ejecutiva relativamente cómodo –a diferencia del pordiosero asiento de alta densidad de turista que se utiliza en sus homólogas europeas–, combinado con una especie de “sandwich” poco comible de “catering”. Es como volar en Aeroflot en los tiempos duros de la Unión Soviética, ya que sólo ofrecen prensa claramente afín al Gobierno de la presidente de la nación, Cristinita Fernández de Kirchner, ninguno opuesto a ella y el editorial de la revista a bordo era un panfleto contra las inversiones españolas en esa compañía, tantos años después.
Air Europa cada vez hace mejor algunas cosas, pero otras no. Me gusta utilizar la First Class de Singapore para ir y volver de Barcelona a Sao Paulo y suelo comprar el vuelo de conexión con Air Europa, en su Club Business, ambos billetes interrelacionados. Esto lleva a que el sistema de la compañía española reconoce que conecto con la asiática, pero ni me permite sacar la tarjeta de embarque de continuación e impide que la obtenga en la “web” de Singapore, lo que supondría normalmente que tengo que salir fuera de la zona “aire” de El Prat; facturar y pasar de nuevo el control de seguridad.
Esto lo resuelve maravillosamente la gente de Swissport, que hace el “handling” al 777 de la compañía de Singapur, destacando a una persona a la llegada del vuelo de Madrid con la tarjeta de embarque ya emitida y acompañándome directamente al control de pasaportes y a la sala VIP. Esto es lujo asiático y saber hacer bien las cosas. Lo que no ayuda al sistema a la vuelta es el filtro de seguridad de tránsito en Barcelona, mal dotado y con personal que se cree John Wayne, pero en chuleta e impertinente.
Yo cargado con un “trolley”, más maletín de mano, más bolsas de compras, intenté situarme al lado del escáner, que no adelantarme a las ocho personas que estaban delante de mí, porque, de los dos agentes pertenecientes a una compañía de seguridad privada, una se dedica a verificar las tarjetas de embarque y la otra a creerse que es el guardián de una cárcel, hasta que el primero termina de dejar pasar a unos pocos a una mal habilitada zona de espera, bloquea el acceso del resto que está esperando y pasa a observar la pantalla del escáner.
Al cretino le exigí que me dejara ver su tarjeta de seguridad de AENA, que tiene que estar perfectamente visible y, excitado (pobre esposa o esposo), llamó a la guardia civil, para darle una versión totalmente diferente a la realidad, aunque el eficiente agente de la Benemérita pidió también la mía. El individuo basaba todo su razonamiento en que no tenían suficiente personal porque AENA pagaba poco y que yo me había intentado colar y no obedecía sus órdenes y que no podía poner visible su tarjeta de identificación porque aparece escrito su NIF. Inducidamente y de forma muy diplomática, por lo que le dijo a él y a mí, el guardia civil me dio la razón.
Una vez terminado el incidente, un agente de Swissport que lo había observado, pero no podía intervenir, me dijo que iba a poner en conocimiento de Singapore lo que había ocurrido, que según él era repetitivo, y me rogó que yo pusiera una reclamación, que era la única forma de ayudar a resolver ese problema. Yo, si fuera el responsable de recursos humanos de la contrata de seguridad, despediría a su empleado, porque, si no, me temo que AENA acabará despidiéndoles a ellos. Es inconcebible que una empresa de servicios al público tenga trabajadores que no sepan tratar con clientes, incluyendo las firmas de seguridad privada. En último término somos los que les pagamos.
Tengo que reconocer que los servicios de escala de Singapore en São Paulo no son, ni mucho menos, como los de Barcelona y para ellos casi es igual un pasajero de turista, que de ejecutiva o primera. Están mal preparados y hacen que el pasar por ese aeropuerto sea incómodo y no eficaz. El caso es que a través de la aerolínea asiática he recuperado el máximo nivel de Star (he llegado al escalón de más arriba, pero ya interno de esa fabulosa aerolínea, en la que me fascina volar) que había perdido con el cierre de Spanair y con la decisión de la brasileña Tam de abandonar esa alianza tras su fusión con Lan, trasladándose a Oneworld.
JAVIER TAIBO