Montevideo-Buenos Aires en Aerolíneas Argentinas, tres días antes de Nochebuena. Aterricé esa cálida tarde en la capital uruguaya procedente del chiringuito de Cristina Fernández, viuda de Kirchner, en un biturbohélice Saab 340 de Sol Líneas Aéreas. Era la segunda vez en mi vida que utilizaba sus servicios, con una compra del billete por Internet fácil, tarjeta de embarque “online” y unas voces que hablaban de los tripulantes de cabina de pasajeros, en plural, cuando sólo va uno, con bebidas gratuitas. Lo más desagradable fue el control de pasaportes de salida, con una cola lenta que hizo que llegara al embarque por los pelos.
Aterricé 45 minutos antes de la reunión que tenía en un hotel cercano al aeropuerto y aproveché para sacar la tarjeta de embarque (con Aerolíneas no se puede hacer por Internet) para un vuelo de retorno cuatro horas más tarde, a las 21:30. Terminada esa operación, fui a la planta inferior a contratar un taxi y, cuando les informaba de una hora para que me recogieran para volver al aeropuerto, noté que en la tarjeta de embarque ponía que la salida era a las 22:30. Llamé a Aerolíneas por teléfono, pero nadie contestaba y opté por regresar al nivel de facturación, en donde planteé la situación al mismo agente que me había atendido.
No mostró mucha sorpresa (lógico, pues al mismo tiempo le informaba a otro pasajero del mismo vuelo, que ponía que su destino era Buenos Aires/Ezeiza, cuando teóricamente se dirigía el metropolitano Aeroparque, que se trataba de un error del sistema), pero ante mi insistencia de si había un fallo informático o el vuelo estaba reprogramado, fue a la oficina de la compañía y cuando regresó me informó que, efectivamente, lo habían cambiado a las 22:30, pero que estuviera antes, por si partía a las 21:30. Deduje en ese momento del 21 de diciembre de 2012 que la correcta interpretación del calendario maya fue que adivinaron que ese día yo llegaría en Buenos Aires, que, tal como están las cosas, es como el fin del mundo.
Con todas las dudas pertinentes, pedí que el taxi estuviera en el hotel donde me reunía a las 20:30. Quince minutos después bajaba en la terminal, donde el mismo jocoso y amable empleado de Aerolíneas me dijo que el vuelo saldría a las 23:30 y que pude embarcar -según su versión, incompatible, en todo caso, con mi programa- en un vuelo a las 18:30. Reemitió la tarjeta en la cual aparecía que el destino era Ezeiza, pero el agradable agente insistió en que no me preocupara (imagínese mi hilaridad), que iba a Aeroparque (la diferencia es del centro de la ciudad a, prácticamente, 30 km.) y para dar confianza (jua, jua, jua), tachó a mano EZE y escribió a AEP. A esas alturas no tenía ni idea ni a qué hora saldría ni rumbo a dónde.
Los comensales que aguardaban en la capital argentina comprendieron la situación y no les importó que cenáramos a media noche, algo que, afortunadamente, en Buenos Aires es factible. Para amenizar la espera permanecí en la sala VIP del aeropuerto de Carrasco, que es una de las más agradables y mejor montadas que conozco en el mundo. Hacia las 23:15 comenzó el embarque en un moderno Embraer 190 de Austral Líneas Aéreas, filial de Aerolíneas, con ocho asientos de Business en butacón apropiado para estos fines, en configuración de tres por fila (a diferencia de Air Europa, con cuatro, que no es clase ejecutiva ni por asomo), pantalla de vídeo individual, tapicería de cuero y una tripulación de funcionarios incompetente y antipática.
Llevaba 15 minutos a bordo y no acabábamos de cerrar puertas, por lo que exigí explicaciones: esperaban a un pasajero y yo despotriqué explicando que había llegado esa mañana de Madrid a la capital argentina, tenido dos reuniones, volado a Montevideo, etc., demandando que, con el notable retraso, dejaran al maldito viajero en tierra. Oí como la azafata repetía todo a la sobrecargo en el “galley” y, por arte de magia, apareció en ese momento el rezagado y, por fin, nos fuimos.
No se por qué me quejo de Argentina. Aterricé en Madrid para pasar las Navidades y encontré la terminal T4 de Barajas asquerosa, llena de trocitos de papel desperdigados por el suelo por una huelga de limpieza. Nos merecemos estar como estamos y peor será si ofrecemos esa imagen tercermundista a nuestros visitantes. Todas las huelgas de servicios en España pasan por la agresión insalubre a los sufridos usuarios. A nadie se le ocurre gastar el triple de lejía, escobas, energía, generando en los clientes una imagen magnífica y fastidiando la cuenta de resultados del concesionario. Eso no vende, pues se refleja poco en la opinión pública. Nunca mejor dicho, vaya huelga de mierda.
Compré para ir en Air Europa a Tenerife y regresar de Gran Canaria plazas de pasillo en salida de emergencia, a 20 euros el trayecto. En el primero el avión iba bastante vacío y lo podía haber ahorrado. En el retorno en dos ocasiones me cambió esa simpática compañía sin ninguna explicación a una plaza normal y, encima, de ventanilla, con una caradura inaceptable y la tenían que recuperar los agentes de facturación en Barajas y en Gando manualmente. Todavía espero que devuelvan el dinero por un servicio que materialmente no han dado. Estos chiquillos reconozco que se esfuerzan en fastidiarme.
JAVIER TAIBO