Así de atiborrado hice un Madrid-Santiago de Chile, en el cual todo, desde la facturación a la llegada, pasando por control de seguridad, el de pasaportes, la sala, el embarque, el vuelo, la llegada y la recogida de equipaje funcionó tan bien, que la considero a la compañía española merecedora de la quinta estrella de Skytrax. El pastel de postre es de lo mejor que he comido en la vida y me dio vergüenza preguntar si habían sobrado para repetir… La verdad es que no era vergüenza, sino que daba la impresión de consumir un menú para focas, eso sí, de elevada calidad. En un exceso de calidad el comandante salió en crucero a saludar y dar en mi butaca las gracias por mi fidelidad a Iberia.
Mi percepción sobre las cosas en general no suele coincidir con el promedio de la gente y es el caso de las turbulencias, que me agradan y acunan para dormir mejor. Normalmente cuando digo esto el vulgo suele pensar que estoy loco, como en muchísimas facetas más de la vida. Lo aclaro porque hacia la mitad del vuelo, en donde yo oscilaba entre sueño y anhelo de ver una película, se movió la aeronave en lo que yo considero turbulencias moderadas, que simplemente hicieron que ajustara más el cinturón de seguridad por si había un bache de aire fuerte, para impedir que mi cuerpo tuviera menos capacidad de desplazarse, sin mayores consecuencias.
Cuando estábamos cerca de la aproximación a Santiago, el comandante dio la pertinente voz de buenos días, lamentando las fuertes turbulencias, que, según él eran las mayores que había padecido en esa ruta (para mí ni mucho menos, pues he visto postres en el “galley” pegados al techo por los exagerados botes.) También se disculpó por las voces nocturnas en cabina reclamando médicos por indisposición de pasajeros, de las que ni me enteré. Hice más méritos de afamada insensibilidad.
Fui en un A320 de Latam a Montevideo, donde tuve una llegada con cola en el control de pasaportes, debido a los pasajeros del vuelo de Iberia que aterrizó antes, pero sus quioscos automatizados son tan rápidos que apenas tuve que esperar. El tiempo era ajustado para una reunión, hasta el punto que planifiqué ir directamente desde el aeropuerto, pero como llegamos con bastante anticipación con respecto al horario previsto, sobre la marcha opté por pasar primero por el hotel. A ello contribuyó que había dejado mi maleta en el hotel de Santiago y que a la capital uruguaya y a la peruana me desplacé sólo con un bulto de mano para ahorrar tiempo no facturando y sin necesidad de recogerlo en la cinta a la llegada.
En América se da uno cuenta de lo pequeño que es Europa. Me desplacé de Montevideo a Lima en un A320 de Latam en cinco horas de vuelo (poco menos que de (Madrid a Moscú), que no es el avión más cómodo para una distancia tan larga y menos con una configuración de bastante alta densidad, por mucho que en su clase ejecutiva el asiento central esté libre. En esta ocasión tenía tantas cosas de trabajo pendientes que fueron un alivio en ese gran lapso de tiempo. Por cierto, conseguí que cinco de los seis frágiles vasos de cristal que me obsequiaron en Uruguay viajaran a Perú, Chile, Argentina y España enteros, todo un hito.
Me equivoqué de lleno en la compra del billete entre Lima y Santiago en Boeing 787 de Latam, pues la diferencia de tarifa entre turista y “Premium Business” era tan grande que aposté por mi derecho a “upgrade” gratuito ilimitado en vuelos en América como titular de la categoría “Black” de viajeros frecuentes de la aerolínea de matriz chilena. Permite postular a ese cambio de clase 48 horas antes de la salida y el proceso es muy transparente, pues se puede visualizar el puesto en la lista de espera para ello. Además, acepté entrar en la puja de pago por pasar a clase ejecutiva, ofreciendo el mínimo, con lo cual daba por hecho que de una u otra forma ocurriría.
Pues no, iba lleno y tendría que viajar en económica, eso sí, ahorrando unos 500 euros. Para hacer la última comprobación me acerqué al mostrador de facturación prioritario y me lo reconfirmaron, pero cambiaron el asiento de pasillo de salida de emergencia de mitad del avión a otro de la misma condición, pero en la primera fila de turista, dejando las otras dos butacas colindantes vacías, con lo cual, al final, mereció la pena, teniendo en cuenta que tenía acceso a sala VIP y a embarcar en el momento que me apeteciera, además de permitirme desembarcar el primero. El desayuno era decente.
Javier TAIBO