Madrid-París de Iberia, sin dejarme su “web” emitir la tarjeta de embarque en Business: facturé en los mostradores y, tras pasar el “Fast Track” de seguridad (a que parezco llanito, combinando el inglés y el español), descubrí que la puerta estaba en el satélite. La razón es que íbamos en el primer Airbus A330-300 de Iberia, que hacía vuelos de corto y medio alcance para instrucción y salvar las restricciones ETOPS de operación de birreactores sobre el mar. Tengo opiniones contrapuestas. Alabo la privacidad frente a los otros pasajeros, que se ha incrementado exponencialmente, al igual que el sistema de entretenimiento.
Permite volar en plan autista o al lado de otra persona para conversar, incluso con la esposa. Pero para los altos, el espacio se estrecha mucho a nivel de los pies cuando la butaca se sitúa en posición horizontal, al tiempo que deja a algunos con esas extremidades desamparadas (o, desde otra perspectiva, con los calcetines sucios de pasajeros guarros vecinos al aire a la altura de la pituitaria de uno) y otros muy recogidos. Tengo claro cuáles son mis butacas favoritas si voy solo o acompañado, pero no se lo voy a decir.
No sé quién ha decidido que con el sistema On Air los pasajeros pueden –con un módico pago– acceder a Internet y SMS en sus propios móviles, pero no a conversaciones de voz. Alguien ha dicho que molestaría a otros clientes. Vaya idiotez: me figuro que también prohibirán que colegas, amigos, esposos y amantes viajen juntos, por la misma estúpida razón. Que pregunten a otras aerolíneas qué hacen. Que pregunten a los propios pasajeros. En cualquier caso, la experiencia es positiva. El retorno en el mismo día en un A321 fue como a la ida: con la Business casi vacía, fiel reflejo de la realidad nacional.
Me quedé frío con la muerte de Hugo Chávez. Como ocurre en todo Asunción, la sala VIP de TAM en el aeropuerto de la capital paraguaya era como un congelador, dramatizado por el supuesto recorrido del presunto cadáver del simpático ex presidente venezolano. Estaba a punto de volverme loco, especialmente porque mi vuelo tenía una hora de retraso. Tras esa sesión de tortura, fue un placer embarcar en la cómoda y moderna Business de su A320 con destino a Santiago de Chile, en la que sólo íbamos dos pasajeros. ¿Por qué alguna compañía europea no recupera ese confort en vuelos de medias distancias? Ganarían clientes que ahora rechazan el timo de una clase ejecutiva con asientos de alta densidad. Pagamos por comodidad. Eso sí, olvidaron en tierra el aderezo de la ensalada, que la obesita sobrecargo suplió hábilmente con limón.
Aterricé en el avejentado e incómodo aeropuerto de São Paulo/Guarulhos en tránsito con demasiada anticipación con respecto a mi salida hacia Barcelona. En Iberoamérica estas situaciones las salva a veces American Express con sus salas VIP propias en los aeropuertos. En este caso permitió degustar un refrigerio gratis, mientras esperaba la apertura del mostrador de facturación. Tras el control de pasaportes, fui a la de Delta, muy norteamericana, pero mejor que la de TAM, a la que también tenía derecho. La salida de la alianza Star de esta compañía brasileña, para refugiarse, como su hermana Lan, en Oneworld, me ha obligado a potenciar mi membresía en el programa de viajeros frecuentes “Krisworld” de Singapore, para mantener el máximo estatus en la primera, después de perder el de United.
Estrené en Dubai la nueva terminal, intercomunicada con un tren, de Emirates, única en el mundo dedicada al A380. Una planta entera es para los pasajeros de Primera, con servicios todavía mejorados. Esta aerolínea es espectacular en todo y sus “suites” en la First, que son iguales en un Boeing 777 y en el gigantesco avión europeo (que como diferencia, tiene dos grandes aseos con duchas, que utilicé a la ida y a la vuelta), son extremadamente confortables y sus tripulaciones inmejorables. No puedo decir lo mismo de los clientes, ya que en la aproximación a Bangkok se enzarzaron de pie en una pelea un pasajero, aparentemente árabe, completamente borracho y un chinésido, cuando teníamos que estar atados con los cinturones.
Recomendaría a Emirates y a cualquier compañía que tenga First Class e incluso otra pseudo noble que no permitan en esas cabinas niños pequeños maleducados que puedan fastidiar a otros pasajeros que han pagado mucho dinero. Tampoco dejaría que los clientes no fueran vestidos adecuadamente, por ejemplo con bermudas o “shorts”. Me repele profundamente. Pero, con los tiempos que corren y la formación que existe, el que se reserve el derecho de admisión no es fácil. Por lo menos en su primera se puede eléctricamente cerrar la puerta de la “suite” o subir el panel que separa los dos asientos centrales para no ver al energúmeno.
En la Primera de la excelente aerolínea de Singapur me gané la simpatía de mi azafata particular, Shamini, por pedir palillos (que por cierto eran preciosos) para comer, en lugar de cubiertos occidentales, y sólo deliciosos platos de la gastronomía del Sudeste asiático. En esta compañía no parece que haya un “catering”, sino que es como si a bordo hubiera una gran cocina preparando platos para satisfacer a los clientes en el momento que quieren, a la temperatura adecuada y con las adaptaciones que cada uno desea. Tienen que mejorar sus servicios en tierra.
JAVIER TAIBO