El trágico accidente de un Airbus A320 de Egyptair proyecta de nuevo una dramática sombra sobre el transporte aéreo y el turismo en uno de los países que ha representado un colosal atractivo para los viajeros por motivos de vacaciones del mundo. Egipto tropieza con demasiada asiduidad y con la aquiescencia de los medios de comunicación internacionales, que, sin motivos reales, lanzaron la idea de que el terrorismo islámico estaba detrás de este lamentable suceso, que es lo que más puede coartar el flujo de pasajeros hacia un determinado lugar.
Desde el principio, la hipótesis del atentado no parecía tener sentido. Introducir un explosivo en un aeropuerto internacional como París/“Charles de Gaulle” queremos creer que es materialmente imposible y más con todo lo que ha ocurrido recientemente. Lo contrario pondría en entredicho y obligaría a revisar todos los severos procedimientos de seguridad, en ocasiones inútiles, que han afectado a la comodidad del transporte aéreo. Es poco probable que un artefacto se introdujera en alguna de las escalas africanas anteriores de las últimas horas de esa aeronave. Lo habrían hecho explotar lo antes posible, para evitar que se encontrara en las inspecciones de seguridad de las siguientes etapas.
El derribo por un misil antiaéreo a esa cota sólo podría ocurrir con medios de defensa aérea de una fuerza armada, ya que, salvo en naciones –quizás– como Siria o Afganistán, es casi imposible que estén en manos de grupos subversivos y sólo quedaría margen para un error militar, como ocurrió sobre Ucrania con el Boeing 777 de Malaysia, que sólo puede acontecer en un país en pleno conflicto armado con otro, o por un error en un ejercicio castrense, lo cual no se daba en este caso. Y no se puso en marcha el aparato de propaganda, que es lo que más interesa a criminales, infundiendo el terror. Nadie reivindicó un presunto atentado.
Quedaría sólo la posibilidad de un suicidio de alguno de los pilotos, que ya ocurrió hace años en Egyptair, pues una acción de los pasajeros, teniendo en cuenta que 3 de las 66 personas que iban a bordo, y fallecieron, eran agentes de seguridad, un sorprendente despliegue. Las cosas van más bien por el lado de un problema y una mala reacción de la tripulación, como dan a entender las dos alarmas de humo en el aseo delantero y en el compartimento de instrumentos que está debajo de la cabina de pilotaje que se emitieron por el sistema ACARS.
El humo es altamente probable que conlleve fuego y que los pilotos pierdan la visibilidad de los instrumentos. Si hay humo denso, en diez minutos están aterrizando o están muertos. Esa puede ser la explicación del descenso pronunciado, para llegar a una cota en la que poder abrir las ventanas de “cockpit” y despejar el ambiente para recuperar el control. Pero en ese marco se pueden producir muchos fallos. El tema es si el humo y, posiblemente, el fuego se produjeron en algún instrumento o en el aseo del avión. Eso es lo que hay que averiguar para determinar las causas de la catástrofe. El terrorismo no parece que haya actuado, pero Egipto vuelve a sufrir.