Si extrapolamos lo que ocurre en el Ministerio de Fomento al conjunto de la Administración, los tan manidos ahorros y recortes tienen mucho de maquillaje, poco de realidad y demasiado de incoherencia. Uno de los grandes recursos económicos de España, el turismo, y seguramente el que menos se resiente de la coyuntura actual, en buena medida por las desgracias de destinos otrora competidores, como los del Norte de África, no puede ponerse en riesgo por una indeseada subida de las tasas aeroportuarias.
Si AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea) tiene problemas para sostener unas cuantas infraestructuras, que es imposible que sean rentables y socialmente no tienen una justificación contundente, la solución no es subir las tasas, sino cerrar esos aeropuertos. En Europa hay estudios que hablan de que en nuestro país son prescindibles 17 aeródromos, muchos de ellos puestos en servicio en los últimos años, cuando nos creíamos ricos, en los que, además, se ha invertido en obras faraónicas, lejanas a la austeridad que se aplica en países más potentes que el nuestro.
Seguimos mirando de reojo a las comunidades autónomas para no molestarlas, manteniendo terminales como las de Albacete, León, Burgos, Lérida, Córdoba y otras muchas, sin aprender de lo que ha ocurrido en Ciudad Real o lo que está pasando en Castellón y todo eso lo tiene que pagar alguien. La solución no es subir las tasas aeroportuarias, sino clausurar las infraestructuras que no tienen una rentabilidad económica ni social. No nos podemos permitir unos lujos que no gozan otros países de la Unión Europea.
Miramos con estupor cómo inversiones en fastuosos pasillos móviles se pierden porque alguien decide que ya no son necesarios poco después, alteraciones en las zonas comerciales que se podían haber previsto desde el principio, al igual que obras en las zonas de embarque, sin que nadie pida responsabilidades sobre el porqué no se hicieron antes, se contratan o dejan de ser útiles, ni se reconozcan las equivocaciones. Esto en la España de 2012 es inadmisible. Seguimos viviendo una irrealidad.
Y observamos con estupor cómo, mientras a los empleados públicos se les exigen esfuerzos con los que estamos plenamente conformes, se dan pésimos y censurables ejemplos, excusa para que aquellos se indignen y revelen, como es el caso del que consideramos el peor director general de Aviación Civil, Manuel Bautista, al que, cómo no, con la debacle socialista, partido del que es reconocido militante, se le encuentra un excelente trabajo, o mejor dicho, sueldo, y cuando ese se extingue, la actual secretaria de Estado de Transportes, Carmen Librero (directora general de AENA hasta 2011), le contrata como asesor para no dejarle en la calle, sin olvidar otras increíbles recolocaciones, como las de Eugenia Llorens, Javier Marín, etc. Si en todos los ministerios se actúa igual, más vale preparar las maletas, aunque lo deseable es que otros lo hagan.