Empieza a ser tediosa la batalla ante los tribunales de los fabricantes de aeronaves comerciales, un apéndice o un complemento de la que se entabla entre ellos para vender más que el otro. Después de aparentar –y sólo aparentar– que el pleito sobre las ayudas públicas a Boeing que interpuso Airbus dentro de la gran guerra que les enfrenta desde hace muchos años ante los entes de comercio supranacionales fue en parte una victoria para el constructor norteamericano, aunque el europeo lo ve de otra forma y abre la puerta a nuevos e interminables recursos, otro evento salta ante los ojos de la opinión pública, esta vez a costa de Bombardier.
Al ritmo que vamos no es un disparate que un joven ingeniero que comience a trabajar en cualquiera de las dos empresas y se empape recién llegado de esa pugna en múltiples frentes, que se jubile sin que haya sentencias firmes y definitivas que acallen esta ya molesta contienda, salvo que ambos se fusionen o uno de los dos quiebre, algo que no parece ser factible, sobre todo en un mundo bastante predecible como es el aeroespacial. Ahora ha sido la International Trade Commission (ITC) estadounidense la que dio una espectacular bofetada a Boeing rechazando por unanimidad que a Bombardier se le apliquen unos aranceles del 300 por ciento en sus ventas a las aerolíneas de esa nación, considerando que no le ha hecho ningún perjuicio relevante.
Le acusaba de vender por debajo del precio de coste, causándole perjuicios por valor de miles de millones de dólares. El dictamen sólo ha provocado pesar en Boeing y alegría en los gobiernos canadiense y británico, en la propia Bombardier, como no, y en Airbus, con la que se había asociado adquiriendo ésta la mayoría de la firma que desarrolla y comercializa los aviones regionales “C-Series”, de tal manera que los destinados a aerolíneas de Estados Unidos se terminarán en las instalaciones del grupo europeo en esa nación, esquivando así el riesgo de esos desmesurados aranceles, que acaba de desaparecer.
Lo que no ha desaparecido es esa asociación entre Bombardier, un ente público canadiense y Airbus, al que le abre el segmento del mercado de aviones comerciales de 100 a 150 plazas en clase única, después que su pequeño A318 no pueda considerarse de ninguna forma un éxito comercial. La buena noticia no les ha hecho meter en un cajón el acuerdo, que, por otro lado, da paz a las finanzas del fabricante de aeronaves regionales, trenes y otras muchas cosas.
La contrapartida que buscó Boeing, por la vía de comprar parte de Embraer o de asociarse de alguna manera en el ámbito de los aparatos regionales, no parece que vaya por tan buen camino. Los brasileños son unos difíciles negociadores y su Gobierno ya se ha manifestado en contra de una participación accionarial en su estratégica empresa estrella. Lo cierto es que, lejos de aplacarse la guerra entre los dos grandes, ahora se extiende a un segmento de producto en el que hasta ahora estaban sólo testimonialmente.