Aunque ilógico para muchos, Iberia llegó a un nuevo acuerdo para la compra de Air Europa, que rebaja el precio a la mitad –aunque para la mayoría de los profesionales su valor es cero- y desplaza el pago a dentro de cinco años. No nos cabe la menor dura que IAG sabe lo que hace, no se somete a presiones y posiblemente la visibilidad de esta operación es bastante diferente a la realidad, pero lo cierto es que se cierra tras el peor año de la historia de la aviación comercial y con un futuro negro y difícil de prever en el corto y medio plazo, con una vacunación generalizada que se demora en el tiempo, unos mercados que se abren y se cierran y la imposibilidad de una planificación inmediata.
Quedan las dudas y teorías de la conspiración de porqué una empresa que no es estratégica, como Air Europa, el Gobierno presidido por el Partido Socialista la considera como tal y aprueba a velocidad supersónica un rescate por ese motivo, que divide en dos partes para esquivar los controles de Bruselas; y facilita el primero y hasta ahora único que ha aprobado la Administración, con el extraño empuje del ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos Meco, que con una nula formación en la materia y su macarrónico estilo parece que se ha propuesto no dar explicaciones de sus actuaciones, subido a un podio al que nunca soñó llegar.
El caso es que Air Europa no debería recibir ayudas por sus deudas con la administración y los 450 millones de euros de rescate, con su histórico empresarial, no los podría devolver nunca, ni los otros créditos que ha obtenido. Y la pregunta es porqué con ese dinero no se ha apoyado a otras compañías aéreas que si han hecho bien sus deberes y necesitan apoyo para salir adelante ante los desmanes que no controlan, derivados de la pandemia. Pero, como asegura algún profesional del sector, sin Air Europa y su virtual paraguas en las manos, a Juan José Hidalgo le van a empezar a devolver desplantes muchos empresarios.
Mientras, Ábalos ha ocultado nuevamente la realidad de la situación del aeropuerto de Madrid/Barajas como consecuencia de la nevada del siglo, y no por la falta de medios materiales para tratar de reducir sus efectos, sino por un problema de gestión y de recursos humanos. Ese desastre pronto se olvidará, como se pasó la página de las irregularidades de la visita de la vicepresidente de la dictadura venezolana, Delcy Rodríguez a Barajas y su extraño equipaje, con un nuevo evento de negativa naturaleza. Así funciona hoy la política española y no parece que vaya, desgraciadamente, a cambiar.
Igualmente es lamentable que el presidente de Aena, Maurici Lucena i Betriu, tenga tan claro que si el ex ministro Illa gana las elecciones autonómicas en Cataluña y es capaz de formar Gobierno, que él será su vicepresidente. Es un flaco favor a la dramática situación del gestor de la mayoría de los aeropuertos españoles, con cientos de concesionarios de puntos de restauración, tiendas y agentes de servicios sometidos a una situación sin salida en sus negocios, mientras el encargado de dar soluciones, o no, como parece, mira a un difícil futuro político que le interesa más. Claro que el que puede ser su jefe tampoco tuvo mucho compromiso con la mayor crisis sanitaria de la historia de España.