Después de un verano que, afortunadamente, no ha sido del todo malo en los sectores turísticos y del transporte aéreo, seguramente impulsado por el hastío en los ciudadanos no demasiado afectados por una crisis demasiado larga y que parece no tener fin; la ligera recuperación de determinados mercados emisores, que son el motor indiscutible de Europa, a diferencia de nosotros, especialmente Alemania; la lenta adaptación de los precios a las nuevas realidades; y un claro asentamiento de los costes en valores más bajos y racionales, hemos entrado en un otoño incierto como nunca.
Incierto porque las sombras sobre el panorama económico español permanecen y son algo más negras todavía, lo cual hace dudar sobre la calidad y cantidad de los viajes de negocios, especialmente relevantes para las aerolíneas de red y las regionales, y ennegrecidas más aún por un incierto futuro político, soportado, una vez más por apoyos políticos interesados, que sin duda pagarán intereses electorales pronto, que muchos, demasiados, desean que paguen la factura de la incompetencia y la incoherencia lo antes posible.
El panorama más alentador lo ostentan las empresas exportadoras, tanto de bienes como de servicios, y a estas hay que apoyar y es en las que hay que apoyarse. Parece como si el futuro estuviera fuera de España, como en los años cincuenta y sesenta, cuando los emigrantes éramos masivamente nosotros. Sociedades como Iberia o Indra, entre otras muchas, son las que deben recibir el más cálido de los aplausos por su vitalidad y esfuerzo por ser líderes, en sus respectivos negocios, en el sector aeronáutico.
Por el lado contrario, sigue coleando la vergüenza que provocan los antiguos y los presuntos nuevos dueños de Air Comet, Viajes Marsans y todas las firmas de Gerardo Díaz y Gonzalo Pascual, que se han derrumbado como un castillo de naipes con el fuerte viento de la crisis, pero cuyos cimientos no eran siquiera de barro, y que se han dedicado a esparcir con un ventilador sus propios y absolutos fracasos como empresarios propios de la cultura del pelotazo y de las influencias. Han entregado su patrimonio societario –a saber en qué condiciones– a un carnicero en un escenario patético e increíble para salvar una cara muy dura de la moneda, a la que siempre han jugado, hasta hace poco, a su favor. Sus protectores, como Magdalena Álvarez, están en otros lugares, por cierto muy bien remunerados.
El tiempo y la justicia esperamos y confiamos que ponga a todos en su lugar, pues el presente lamentablemente nos obsequia con el irreparable desprestigio de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) por los denodados y cada vez más criticados intentos de su presidente, Gerardo Díaz, de mantenerse atado a un sillón que no le corresponde. Pascual ha sabido y debido, por lo menos, tener algo de dignidad e ir desapareciendo del escenario empresarial. Lo deseable sería que, cuando esta revista salga a la calle, Díaz ya no esté en la CEOE. Ojalá la primavera venga con nuevos aires tras un crudo invierno en todos los ámbitos.