El panorama del transporte aéreo en España sigue emitiendo buenas y prometedoras noticias, al contrario que el escenario político, en el que estamos abocados a un escasamente manejable acuerdo de toda la izquierda y de los nacionalistas, e incluso separatistas, que parece que es lo que ocurrirá, o a unas nuevas elecciones, cuyos resultados posiblemente no serían demasiado diferentes de los que hubo en el pasado mes de diciembre. Una incierta situación, que arroja sombras sobre una economía que se está recuperando, con unos actores cuyas ideas sobre el turismo que en parte pueden ser tibiamente alarmantes.
En este mar de dudas, Iberia ha anunciado una noticia, que, como las que emana desde hace muchos meses, es motivo de gozo, pero ésta especialmente: el retorno a Extremo Oriente, en concreto a Tokio, donde operó ya entre 1986 y finales de los años noventa; y el estreno de su primer vuelo a China, en concreto a Shanghai, ambas líneas operadas con sus nuevos Airbus A330-200, frente a los viejos Boeing 747-200 que utilizó para volar a Japón antaño. Es un nuevo y claro síntoma de que la compañía española está a altitud de crucero y representa una joya para su propietario, el grupo IAG, que controla también a British Airways, Vueling, Iberia Express y otras.
Acompañando a estos buenos vientos, las instalaciones de la red de AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea) cerraron el año 2015 con más de 207 millones de pasajeros, el segundo mejor año de su historia, confirmando la tendencia de continuo crecimiento en el tráfico que se mantiene durante 26 meses consecutivos. Los viajeros internacionales marcaron una cifra record, con más de 144,4 millones de viajeros (un 5,9 por ciento más), y los domésticos subieron el 6,1 por ciento. Madrid/Barajas fue el primero de la red, con más de 46,8 millones y un espectacular alza del 11,9 por ciento, seguido de Barcelona/El Prat, con 39,7 millones y un 5,7. Los movimientos de aeronaves subieron un 3,8 por ciento y las mercancías un 4,6.
Las expectativas del turismo son muy buenas y, un año más, nos beneficiamos de los problemas en países competidores, como Turquía, Egipto, Túnez y otros, y esperemos que una amalgama insoluble de partidos de izquierda, incluyendo la radical, nacionalistas y separatistas, no tenga efectos en la reducción de los niveles de seguridad y se ablanden esas políticas, que redunden en que España deje de ser una nación, más o menos, fuerte y relativamente segura. Es lo peor que nos podría pasar.
Pese a los avatares sobre la formación de un Gobierno, que difícilmente será estable, queremos lanzar un voto de esperanza sobre que nos dejen de gobernar intereses partidistas y que prime un concepto de Estado, como el que reinó en los tiempos de la transición. Realmente lo necesitamos y sería lamentable que el español, en lugar de ser políticamente inmaduro, sufriera a unos políticos inmaduros. La historia no lo perdonaría.