El 28 de noviembre, un Avro RJ85 de LaMia Bolivia, que voló por primera vez en 1999, se estrelló muriendo 71 de las 77 personas a bordo (incluyendo 7 de los 9 tripulantes), cuando iba de Santa Cruz/“Viru Viru” (Bolivia) a Medellín/“José María Córdova” (Colombia), a donde se aproximaba con fallo eléctrico total por pararse los motores 1 y 4 (generadores de corriente). La distancia directa entre Santa Cruz y Medellin es de 2.960 km. y con la capacidad máxima de combustible de ese modelo, un alternativo a 100 millas náuticas, las reservas mínimas y lo necesario para el arranque y rodaje tiene un alcance a plena carga de 1.994 km.
El plan era transportar al equipo de fútbol Chapecoense de São Paulo a Medellín, reabasteciéndose en Cobija, en el Norte de Bolivia, permiso que fue denegado por Brasil, por lo que volaron a Santa Cruz de la Sierra en vuelo comercial. Esto provocó un retraso y Cobija no se pudo utilizar para reabastecimiento, debido a su cierre nocturno, por lo que inaceptablemente trataron de hacer el salto directo. La aeronave fue antes a Medellín en al menos dos ocasiones desde Santa Cruz, el 22 y el 25 de agosto, siempre vía Cobija. Que la aerolínea era una irresponsable está claro, pero, ¿por qué las autoridades locales permitieron el vuelo?
Esto evidencia una proliferación sudamericana de agencias mayoristas y aerolíneas de dudosa catadura, bajo el amparo de autoridades aeronáuticas incapaces. Ricardo Albacete –imputado en varias causas, amigo y testaferro del chino Sam Pa en España–, criado en Venezuela, donde fue senador, y de origen español, es presidente de LaMia, pero nunca llegó a operar allí con 3 RJ85 usados propiedad de una de las empresas de Sam Pa y 2 ATR 72 alquilados a Swiftair, que pronto se dio cuenta de las irregularidades. Ante las dificultades, se trasladó a Bolivia.
Pero se siguen contratando vuelos a empresas de sospechosa trazabilidad técnica. El año pasado, también en Medellín, un Cessna 402 con un equipo de beisbol se estrelló con tres muertos y tres heridos. Es algo recurrente desde el accidente sin supervivientes, en 1971, del conjunto de baile del bonaerense Teatro Colón; o, en 1972, con jugadores de rugby uruguayos en los Andes a bordo de un FH-227 de la Fuerza Aérea, cuyo descenso comenzó antes de lo usual. Tras 72 días se encontraron 29 cadáveres y terribles vicisitudes para los supervivientes.
En diciembre de 1987, un F27 de la Aviación Naval peruana cayó al mar con el equipo de fútbol Alianza Lima, muriendo 43 personas y sobreviviendo un piloto. Casi 30 años después la Marina admitió que el avión presentaba fallas técnicas y la tripulación carecía de experiencia en vuelos nocturnos. En marzo de 1996, un Learjet 25 se precipitó con un conjunto musical cerca de São Paulo. En abril de 2014, un 737-300 de la boliviana TAM con futbolistas de The Strongest aterrizó con un solo motor, en Cochabamba. La selección uruguaya sufrió una despresurización en un 737-300 de la chilena LAW en Ecuador en 2015; y, en octubre de este año, otro de Air Panamá retornó a Manaus sin un motor. Días después, el equipo nacional boliviano, a bordo del mismo RJ85 de Lamia, aterrizó en Brasilia tras programar inadecuadamente un destino sin aduana, Natal.