En un Boeing 737-800 de Air Europa a Lisboa y Barcelona

Tras disfrutar de un “catering” agradable y saludable en la clase ejecutiva de un Boeing 737-800 de Air Europa (nunca entenderé porqué en un vuelo de 50 minutos se ofrece un primer plato, segundo, postre y pan por ser internacional y en un nacional de 55 minutos una bolsa de patatas fritas), debe ser la primera vez que hice la aproximación al aeropuerto de Lisboa en asiento de ventanilla de día (tenía la fila uno entera para mi) y pude así percibir que está materialmente metido en el casco urbano de esa ciudad, con la consecuencia que no se tarda nada en ir y venir del centro. 

Casi me demoré más desde la lejana pasarela telescópica en la que nos estacionaron a la salida -como es habitual en mi- de la bulliciosa terminal que desde allí al hotel.

La persona con la que cenaba me aconsejó que era más conveniente utilizar un taxi que un VTC (Vehículo de Transporte con Conductor) de una de las marcas multinacionales y para desplazarme en la urbe lo contrario y así lo pude comprobar. El precio fue irrisorio, de poco más de 9 euros. Para regresar empleé un cómodo “fast track” de seguridad y, después de comprar unos dulces “típicos”, que en nada tienen que envidiar a unas yemas de Santa Teresa fui a la sala VIP del aeropuerto, que estaba repleta, un síntoma más de la reactivación del turismo portugués al exterior y del extranjero hacia allí.

Cuando embarqué me encontré el “rack” (maletero superior) correspondiente a la fila 1 repleto de bolsos de mano de tripulantes de cabina de pasajeros, pese a tener un taxativo adhesivo que precisaba que estaba reservado para el equipaje de los pasajeros de clase ejecutiva, y protesté a la sobrecargo, que defendió y mantuvo que ese espacio lo necesitaban para sus cosas (debe ser la única tripulación que se sobrepone a lo que dicta sus compañías y al confort de los clientes).

Tripulación de inútiles, una de sus sicarias pretendió ponerme una mesita extraíble para almorzar, desconociendo que el asiento 1D la tiene integrada en la butaca. Me encargué que la malísima sobrecargo percibiera durante el vuelo y el desembarque mi malestar. La empresa la podía dedicar a poner calzos en las ruedas de los aviones, aunque seguro que los colocaría mal.

No hay nada más cómodo que volar a Barcelona desde la capital de España en uno de los dos o tres vuelos diarios de Air Europa que, al ser mayoritariamente para enlazar con sus vuelos internacionales y, especialmente, intercontinentales, se operan casi siempre con Boeing 787, en esta ocasión de la más confortable versión -9, y disfrutar del asiento-cama de su clase ejecutiva.

Es un auténtico lujo. De lo que tengo que protestar es que están sustituyendo las maravillosas patatas fritas de mallorquina sal de Ses Salines, que son de las mejores de España. Por otras de confección más industrial. Estoy pensando en escribir al defensor del pueblo, aunque no sé si viviendo en una ciudad eso procede.

Una sorpresa consistió en un cambio de avión en Air Europa de mi vuelo de Palma a Madrid, que fue operado excepcionalmente con un Boeing 787 desde la Terminal C, que normalmente emplean las compañías europeas no españolas, pero que tiene estacionamientos más accesibles para aeronaves más grandes.

Consecuentemente, la sala VIP que afectaba es la allí situada, que mayoritariamente emplean pasajeros alemanes y que está bastante despejada. Salvo porque estacionamos en Barajas en una alejada posición remota, claro síntoma de que el avión después se emplearía para un vuelo intercontinental, fue un excelente regalo del día siguiente a mi cumpleaños.

No comprendo muy bien por qué alguien decidió que entre la Ciudad Condal y Baleares no haya clase “Business” y así se mantiene. Para resarcirme, disfruté de la gran, cómoda y muy bien dotada sala VIP de Barcelona/El Prat, que tantas veces me ha dado de comer y de cenar, después de verificar que el “fast track” de seguridad lo tienen ahora muy bien organizado y canalizado.

Para “catering” bueno, el de Do&Co que emplean a bordo Iberia y su filial Express y también la sala VIP de la matriz en Madrid/Barajas y que disfruté en una ida y vuelta a Tenerife-Norte en agosto, isla que sufrió en pleno agosto unas temperaturas demasiado elevadas.

Las elecciones generales, que de poco sirvieron para clarificar el panorama político del país, aunque, eso sí, todos ganaron, excepto un par de partidos, aunque hayan perdido, motivó el que regresara a Madrid para poder ejercer inútilmente mi derecho al voto a última hora del 23 de julio. Afortunadamente el vuelo operó en hora y me sobró tiempo, lo cual no me venía nada mal, pues al día siguiente me desplazaba a Canarias.

La practicidad de los horarios a veces lleva a la incomodidad de sus consecuencias. Tenía una cena en Tenerife, a donde por agenda debía viajar justo para llegar a ella, a lo cual se adaptaba un vuelo de Air Europa, y necesitaba regresar al día siguiente en el primer vuelo, pues asistía a la inauguración del avanzadísimo hangar de Swiftair en Madrid, con la asistencia de la presidente de la Comunidad Autónoma y del alcalde de la ciudad.

Eso supuso que salía de la terminal T2 y retornaba a la T4, muy ajustado de tiempo para ese acto. Decidí ir al aeropuerto 15 minutos antes para estacionar el vehículo en el P4 e ir a la T2 en el autobús gratuito de tránsitos. No fue grave, pero si poco confortable.

 

 

 


Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.