Además, la puerta de embarque estaba lejísimos y el personal de ‘handling’ era también el mismo maleducado e inepto de Alitalia. Pude comprobar que han desaparecido prácticamente todos los controles sanitarios de los aeropuertos europeos en los que he estado y España es de los pocos que mantiene la exigencia de utilizar mascarilla a bordo.
Fui al aeropuerto de Ibiza con aterrizaje programado una antes de un acto en el que yo tenía un carácter de protagonista y con autoridades insulares y autonómicas baleares. Cuando llegué a Madrid/Barajas se me pusieron cuatro pelos de punta, porque se informaba de un retraso de hora y media, por avería del avión de Air Europa y que había que esperar a otro que todavía no había despegado de Palma.
Mi angustia hizo que siguiera cada momento el desarrollo de ese enlace. Afortunadamente mis interlocutores propusieron retrasar el evento media hora y se desarrolló a la perfección. Me mordía las uñas cuando la aproximación al aeropuerto ibicenco fue por la cabecera menos directa, sobrevolando para ello toda la isla y alargando el tiempo en el aire.
Después seguí a Palma y me sorprendió que la sala VIP de un lugar con turismo tan estacional, cuya tranquilidad y muchos establecimientos cerrados en invierno se transforma en una afamada locura en julio y agosto, estuviera repleta a finales de octubre.
A sus empleados también les extrañaba, fruto de un verano largo y excepcional, en el que muchos sólo querían desplazarse tras la pandemia a cualquier precio. Esta temporada baja irremediablemente es de retorno a una normalidad lacrada por la crisis económica que nos agobia.
Hay otra historia para mis anales de viajero empedernido. Volé a Lima con Iberia en uno de sus A350-900. Todo transcurrió muy bien, desde la facturación de equipaje al desembarque, pasando por el “fast track” de seguridad, la tripulación, el “catering”, la butaca, etc.
En el control de inmigración en Perú el funcionario pidió que le mostrara el billete del Madrid-Lima, lo cual me sorprendió. Al poco me informó que no podía ingresar y que me deportarían en el mismo avión que me llevó, porque mi pasaporte caducaba en menos de seis meses, lo cual no lo permitía la normativa y era mi primera noticia. La aerolínea lo tenía que haber detectado impidiéndome embarcar con ese documento, suceso que ocurre con cierta frecuencia, incluso con pilotos.
Quise hablar con un superior para que fueran flexibles, teniendo en cuenta que mi pasaporte vencía en cinco meses, claramente había ignorancia y tenían registro de todas mis entradas y salidas con poco tiempo de estadía (en este caso iba a permanecer día y medio) y me respondió que no serviría de nada.
Como Perú es Perú y les conozco, empecé a idear una alternativa, buscando el primer vuelo de LATAM a Santiago de Chile, intentar cambiar mi billete que tenía en “Premium Economy” para dos jornadas después y, en el peor de los casos, comprar uno nuevo. Mi análisis concluyó que iba a ser difícil entrar en el país, si bien la Embajada inició rápidas gestiones para que lo autorizaran, hablando con el Ministerio del Interior peruano, pese a que era domingo.
Cuando prácticamente el funcionario iba a decidir mi deportación le comuniqué yo que estaba allí en tránsito a Chile. Le enseñé mi billete para el martes y me dijo que para pasar por la zona de conexiones debía presentar la tarjeta de embarque. Le dije que eso era mi responsabilidad y fui tan contundente que cedió y no se consideró una infracción a su sistema de inmigración.
En el control de tránsitos les conté que iba al mostrador de LATAM que estaban reemitiendo el billete y me permitieron acceder sin problemas, solucioné con Iberia que se quedaran dos de mis maletas, cuyo destino era Lima, en la zona franca y que recuperaran la que necesitaba.
Cambiaron mi “ticket”, aunque no había sitio en “Premium Economy”, pero me asignaron un asiento en el cual el de al lado estaba vacío y cuando ya tenía lanzado todo me llamaron para decirme que la Embajada había negociado una solución. Pero yo ya estaba mentalmente más fuera que dentro, se lo agradecí efusivamente y me fui a Santiago, donde entré sin problemas con mi pasaporte que caducaba a los cinco meses. Como todos los países normales, el requerimiento es de tres meses, e incluso eso me parece innecesario.
La anécdota del vuelo de Latam, que ofrece un “snack” caliente bastante ecológico en turista, es que se trataba de mi primer vuelo desde que estalló la pandemia sin que la mascarilla sanitaria fuese obligatoria, y eso que Chile, y luego Perú (aunque este con estupideces como que era obligatorio emplear doble mascarilla), fue muy estricto en sus disposiciones al respecto y en el cierre del país a visitantes. De hecho, el 90 por ciento del pasaje iba sin ella, aunque los tripulantes de cabina de pasajeros sí. Mi maleta llegó perfectamente y rehíce mi agenda.
Javier TAIBO