Me afectó, paradójicamente de forma positiva, la lluvia torrencial de Palma de Mallorca…

Vista de la pista inundada del Aeropuerto de Palma de Mallorca, con un motor de avión en primer plano.
Me afectó, paradójicamente de forma positiva, la lluvia torrencial que cayó en el aeropuerto de Palma de Mallorca. Yo estaba almorzando como a 10 km. de ese lugar y cuando me llevaban para tomar un vuelo a Madrid y asistir a una cena importante, a la que por horario llegaba muy ajustado, a mitad de camino empecé a recibir mensajes de que esa instalación se había cerrado y todos los vuelos estaban cancelados o retrasados y videos pavorosos de inundaciones en terminales, pistas y estacionamientos. Y seguía sin caer una gota, hasta el punto que pensé que esas imágenes eran de otro día. Al poco de entrar en la desviación del aeropuerto, el carril de la izquierda estaba parado por decenas de vehículos, que pretendían acceder al estacionamiento, pero el de la derecha estaba fluido y llegué a la terminal sin problemas.

Ya dentro se apreciaban grandes goteras y el agente que controlaba el “fast lane” de seguridad permitía el acceso sólo a los pasajeros de los vuelos no cancelados. El mío marcaba un retraso de 3 h. Afortunadamente fui al aeropuerto con bastante más anticipación de lo que es habitual y, lejos de tirar la toalla (nunca mejor dicho), entre grandes zonas clausuradas por el agua, vi en una pantalla que el vuelo anterior al mío, que tenía que haber salido un par de horas antes (seguramente le pilló el desastre ya aterrizado), estaba embarcando. Hice valer mi condición de “Platino” del programa “Suma” de viajeros frecuentes de Air Europa y la simpatía que derrocho cuando quiero y me metieron en ese.

Llegué a Madrid hora y media antes de lo que teóricamente tenía previsto y, posiblemente, fui el único pasajero beneficiado por la tromba de agua. En cualquier caso, con mi experiencia por el enorme tráfico de vehículos que hay ya permanentemente en Mallorca, voy a salir siempre 15 minutos antes de lo normal para no tener sustos. El 30 de junio aterrizando en Madrid estrené el nuevo sistema automático de posicionamiento de la pasarela telescópica a la aeronave, que prescinde del operador. El sobrecargo sabe que se ha situado correctamente y puede abrir la puerta del avión porque por el ventanuco de ésta visualiza una luz verde. Inventos del hombre blanco…

Por complicaciones de agenda, tuve que ir a Santiago de Chile, al día siguiente a Lima, al siguiente a Montevideo, al siguiente a Asunción, para de ahí regresar y estar un par de días en la capital chilena y otros dos a la peruana. Teniendo en cuenta las distancias en Sudamérica, fue un periplo intenso y agotador, por lo que evité realizar vuelos nocturnos y opté por un desplazamiento de Lima a Uruguay en Latam a través de Santiago, con un breve tránsito con cambio de avión de una hora y cinco minutos, tiempo en el que tenía que desembarcar del Boeing 787, ir a un lejano control de seguridad relativamente atiborrado y dirigirme a la puerta de embarque, también bastante remota.

Llegué materialmente cuando se empezaba el abordaje al A320. Arriesgado me pareció todo eso cuando amanecí en el piso 30 de mi hotel en la capital peruana con una espesa niebla que no permitía que se viera nada, ni una mínima luz de edificios o coches. Compré en clase turista, a diferencia de los demás segmentos (excepto la clase única del desplazamiento a Paraguay), pues había una diferencia con la ejecutiva de 300 euros a 1.100, pero postulándome, por segunda vez en mi vida -la primera fallida-, al “upgrade” que tengo siempre derecho por ser “Black” del programa de viajeros frecuentes de Latam, que está muy depurado, pues puedes visualizar en su “App” la posición de cara a ese evento, que está en función de la categoría y de la anticipación con que se pide, nunca antes de las 48 horas previas.

Yo estaba el sexto en el primer segmento y primero en el segundo y en ambos casos lo logré. Coincidí en los dos vuelos y el tránsito con una ostentosa arquitecta noruega, con residencia en el país nórdico y vivienda en Madrid, que lo hizo también a buen ritmo. El segundo salto me tocó sentada al lado, muy agradable ella, no como yo, que a la primera de cambio me asenté en las dos butacas contiguas pasado el pasillo, que estaban libres y permitían estirar mi grácil cuerpo. Su destino era Punta del Este, con lo cual no tuve necesidad de ofrecerle transporte a la capital, que, en todo caso, seguro que lo tendría arreglado mejor que yo.

De Montevideo a Asunción volé por primera vez en un birreactor CRJ200 de la paraguaya Paranair, cuyos aviones los aporta la española Air Nostrum, que posee un tercio de su capital. Compré el billete y facturé sin problemas a través de su portal en Internet. Pasé el control de seguridad sin apenas pasajeros delante, algo que últimamente no es normal en Carrasco y el de pasaportes lo hice a través de uno de los quioscos automatizados, que espero que progresivamente se generalicen por todo el mundo, pues es mucho más ágil y cómodo.

El equipaje de mano de un cierto tamaño obligan a facturarlo, por disposiciones de la autoridad aeronáutica y no permiten entregarlo a pie de avión para recogerlo en la llegada. El embarque fue en autobús, pues la aeronave estaba en un estacionamiento remoto. El vuelo fue agradable, con bebidas frías y calientes y un “snack” gratuito para todos servidos por la amable y joven tripulante de cabina. Nuestro estacionamiento en Asunción permitía ir caminando a la terminal, que realmente se ha quedado anticuada y poco confortable, sin aseos en las zonas de inmigración y de recogida de equipajes (hay dos cintas, pero al parecer sólo funciona una, cuya pantalla indicadora puso en todo el rato el vuelo anterior, procedente de Córdoba, Argentina).


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