Según Anzen Engineering, empresa especializada en ingeniería aeroespacial, estos radares están alojados en el radomo, una cubierta ubicada en la nariz del avión. Funcionan emitiendo pulsos de energía de radiofrecuencia que, al encontrarse con partículas como lluvia, nieve o granizo, regresan al radar. Esto permite determinar no solo la distancia y tipo de precipitación, sino también, mediante el efecto Doppler, la velocidad y dirección del viento dentro de las tormentas.
Equipados con tecnología de última generación, los radares más modernos realizan barridos automáticos y continuos en dimensiones horizontales y verticales, proporcionando una visión tridimensional de las condiciones meteorológicas. Esta capacidad es esencial para identificar turbulencias, áreas de desarrollo convectivo como tormentas eléctricas, y tomar decisiones sobre rutas o altitudes más seguras.
Además de su aporte a la seguridad, los radares meteorológicos contribuyen a la eficiencia operacional, al facilitar una planificación de rutas más precisa que reduce el consumo de combustible y el tiempo de vuelo. Como señala Anzen Engineering, esta tecnología es un pilar fundamental en el presente y futuro de la aviación.
Además, su evolución es fundamental para evitar incidentes como los ocurridos en 2024 por severas turbulencias en un Boeing de Air Europa volando a Montevideo, o el más grave en el que las turbulencias sufridas por otro Boeing, en este caso de Sigapore Airlines, causaron un fallecido.
Deje un comentario